Son ya varias las ocasiones en las que Samuel García, senador con licencia, que busca la candidatura para ser gobernador de Nuevo León, es expuesto en redes sociales porque no entiende que no entiende a la sociedad en la que vive, una que lleva siglos de desigualdad, racismo y jerarquías.
Cualquiera que use redes sociales como Twitter o Facebook, se habrá enterado de las “dificultades” que pasó el “senatore”, como él mismo se autonombra y que eso ya dice mucho, cuando fue adolescente y su padre lo obligaba a ir al golf los sábados por la mañana. Él, desvelado por la fiesta de los viernes, así lo declaró, llegó a odiar a su progenitor por esta tan “cruel” forma de educarlo.
Samuel García ha sido expuesto en videos borracho, haciendo viajes excéntricos por el mundo, también reprimiendo a su esposa por mostrar las piernas en un video de redes, con lo cual creyó conveniente resarcir su error aprendiendo a planchar en un curso para ser un buen “amo de casa”, reafirmando aún más su sexismo machista.
Sin embargo, el político de Movimiento Ciudadano ha mostrado, otra vez, un problema profundo de México que es el clasismo nacional y el encumbramiento de una clase social que, de verdad piensa, sus problemas son tragedias de las cuales nadie más podría levantarse.
Incluso la influencer Mariana Rodríguez, esposa de Samuel García, también alguna vez compartió con sus seguidores sus momentos más difíciles, como perder unas chanclas, un iPhone, su medalla de San Benito, entre otras nimiedades. Empero, la gran diferencia en estos casos es que Rodríguez no busca ningún cargo público y su caso sólo es reafirma las enormes diferencias entre clases sociales que existen en México.
En tanto, Samuel García es el intento de supervivencia de esa clase política que carece de empatía ante los problemas de las sociedades que buscan representar o gobernar. La clave está en que usted que lee esto, ¿cuántas personas conoce que jueguen al golf de forma recurrente? Es probable que muy pocas.
Y claro, la riqueza, más aún cuando es de orígenes honestos, no es un pecado ni menos un crimen, pero es inadmisible pensar en tener a políticos cuya vista sea tan corta para no darse cuenta, no sólo de lo patético que es sentirse desafortunado por levantarse temprano los sábados, sino de lo ofensivo que es realizar esas aseveraciones en un país donde, de acuerdo con la última medición de pobreza en el país elaborada por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), con datos de 2018, se registraron 52.4 millones de personas pobres y 9.3 millones en pobreza extrema.
¿Cómo un legislador, un gobernador, va a priorizar políticas para ayudar a la gente que tiene hambre si nunca la ha sentido?, ¿de qué parte de la conciencia de un político saldrán las reformas para un país con mejores oportunidades si jamás le faltó trabajo o educación?
El primero de julio de 2018, 30 millones de mexicanos no sólo votaron por el proyecto del hoy presidente, Andrés Manuel López Obrador, sino también, se votó en contra de los políticos emanados del ITAM, de la UP, de las universidades en el extranjero que hasta que no cambien su forma elitista de pensar, no son funcionales para un país como México. Y se aclara, nada malo tiene recibir educación privada, lo malo es que ni así comprendan que desde el privilegio pueden hacer mucho por la justicia en el país, y no seguir ampliando la brecha, como lo hicieron los últimos 40 años.
Se ha malentendido también un fenómeno: izquierda es igual a persona pobre y derecha a gente rica. No es así: existen muchos ciudadanos de clase media baja que apoyan sin contemplaciones el libre mercado, el conservadurismo, el neoliberalismo que tanto daño les ha hecho y no saben ni por qué. Por otro lado, hay grandes empresarios de izquierda que pese a sus fortunas tienen iniciativas progresistas. La ideología no es algo económico, es una actitud de conciencia social que implica la utilización de recursos para lograr un fin específico en la sociedad. Todos tienen derecho a ejercer libremente su forma de pensamiento, pero seguir encumbrado desde el privilegio, sin la mejor empatía por las mayorías, es algo que no se le puede permitir ni a Samuel García ni a nadie, porque para él, por extraño que nos parezca a millones de mexicanos, de verdad fue una tragedia ir a un campo de golf todos los sábados.