La invasión de Rusia a Ucrania, desde el 21 de febrero pasado, lleva 37 días y no parece encontrar los caminos de una pronta negociación que ponga un alto al fuego. Al contrario, tanto la ofensiva militar rusa continúa provocando pérdidas humanas, masiva salida de refugiados de la zona y exiliados hacia Europa, como la creciente intervención (indirecta y directa) de los Estados Unidos, de la OTAN, su brazo europeo, y de las medidas económicas contra Rusia que han llevado a una ridícula pero no menos grave rusofobia en varios países del otrora llamado “mundo libre”, atizan el fuego y cierran caminos de negociación.
Los impactos económicos más graves son el incremento de los precios internacionales de los energéticos, en primer lugar, del petróleo y del gas con el consecuente aumento de la electricidad. Hay que tener presente cómo se multiplicaron los precios de la electricidad en España y hoy el consumo de los hogares tiene que tomar en cuenta el horario de consumo en función del horario de los precios (usar la lavadora en la noche, por ejemplo).
Rusia es el tercer país productor de petróleo, después de Estados Unidos y Arabia Saudita con más de 10 millones de barriles diarios y provee el 40% de las importaciones de gas de la Unión Europea, afectando en mayor medida a Alemania e Italia, sus principales consumidores.
También se ha registrado incremento de los precios de los alimentos, en particular del trigo y del maíz que ya venían subiendo desde el año pasado, ya que Rusia y Ucrania participan con una parte sensible del mercado mundial.
El impacto en nuestra América es muy grave y desigual, pues la mayoría de los países son importadores de petróleo y gas. La inflación generalizada, presenta los mayores índices desde hace más de tres décadas: en Estados Unidos alcanza 8.5% anual y en Argentina, en crítica situación de endeudamiento, supera el 55 por ciento.
Crítica situación económica que se presenta en las crisis entreveradas en Nuestra América donde el amplio y diverso movimiento social es creciente, con próximas elecciones en Colombia, donde el triunfo apunta hacia la izquierda y una derecha enloquecida que ataca por múltiples caminos, y en octubre las elecciones en Brasil que ya no aguanta a Bolsonaro.