Hace no más de 50 años, China todavía era un país casi que subdesarrollado, eminentemente campesino y que salía de un gobierno donde se habla de entre 10 y 50 millones de ciudadanos que sufrieron hambruna debido a un fallido régimen comandado por Mao Tse-tung (o Zedong), con la estrategia conocida como “El gran salto adelante”.
A la muerte de este gobernante, para algunos un dictador, llegó al poder el reformista Deng Xiaoping, que entre 1978 y 1979, instauró en China un modelo de economía mixta, el cual permitía la entrada de capitales extranjeros, pero sin abandonar el espíritu nacionalista y comunista del país asiático; lo hizo creando en principio Zonas Económicas Especiales (ZEE), tres en Guangdong (Shenzhen, Zhuhai y Shantao) y una en Xiamen (Fujian), ubicadas cerca del litoral chino; sin embargo, estos espacios se han ido incrementando, siendo uno de los últimos presentados el de Xiong´an, en 2017.
La clave no solamente estuvo en el ingreso de las nuevas empresas multinacionales, sino en el modelo que se generó al interior para desarrollar la economía nacional; una de las restricciones para ingresar al mercado chino, que aún se mantiene, es que en gran parte de la industria la mayor participación de la inversión debe pertenecer a capital chino; por ejemplo, en el sector automotriz, la fabricación de vehículos automóviles completos, vehículos de uso especial y motocicletas, al menos en 50 por ciento de las acciones debe pertenecer a ciudadanos chinos; asimismo, las compañías de valores, de administración de fondos, de futuros y las compañías de seguros tienen un límite de 51 por ciento de participación extranjera.
En palabras más técnicas, para ingresar al mercado chino se debe hacer mediante una joint venture, es decir, una alianza estratégica que como resultado ha generado ese avance monstruoso que el gran “dragón rojo” ha tenido en los últimos 40 años, en los que presenta tasas de crecimiento anuales de entre 8 y 10 por ciento con relación al Producto Interno Bruto.
Es ahí donde se demuestra que el capitalismo y las grandes potencias mundiales tienen sus debilidades en su mayor fortaleza, que es la expansión de su mercado. En su afán de llegar al mayor escenario de producción y consumo en Asia, que es China, terciarizaron procesos en los cuales los obreros, empresarios e inversionistas chinos aprendieron el tan valioso knowhow (saber hacer), del modelo empresarial occidental.
Así China comenzó a copiar el modelo de negocios automotriz, financiero, entre muchos otros, incluido, claro, el tecnológico. En últimos días se ha hablado de la posibilidad de que la empresa norteamericana Apple deje de producir sus gadgets en China para mudarse a Indonesia y otros países de la región, luego de la “guerra” comercial que Donald Trump desatara al no permitir que marcas de Estados Unidos otorguen el uso de sistemas operativos a la compañía china de teléfonos inteligentes, Huawei.
Sin embargo el daño para la industria tecnológica occidental está hecho: por una parte, Apple perdería uno de los mercados más grandes del mundo, ya que se habla de un “ojo por ojo” en el que China ya no le permitiría la entrada a sus productos si es que la fabricación sale de su nación; por otro, Huawei ya ha dicho que tiene desarrollado sus propios sistemas operativos por lo que no serán afectados con las nuevas restricciones; es decir, supieron aprender el knowhow a la perfección.
El modelo capitalista y neoliberal de la economía occidental presenta la terciarización del trabajo como una forma de disminuir los costos de producción al mudar los procesos de fabricación a países con topes salariales “competitivos”, es decir, muy bajos. Lo que quizá no contemplaron hasta ahora, es que países como China, aprenderían dichos procesos al grado de repetirlos e incluso mejorarlos: es por eso que los celulares Huawei son tan similares a un iPhone en cuanto a su ingeniería. Entonces el día en que Estados Unidos quiso hacer una guerra comercial, se dio cuenta de que China ya sabía todos sus secretos.