El 4 de noviembre de 1970, Salvador Allende ascendió a la presidencia de Chile en un escenario casi impensable: país sudamericano que votaba por un proyecto abiertamente socialista, en un mundo helado por la Guerra Fría. ¡¿Cómo se atrevía aquel hombre a retar los intereses de los Estados Unidos, y en su continente!?
Salvador Allende lanzó un reto directo al imperio estadounidense y cuestionamientos claro contra sus conocidas doctrinas: la Monroe, con la clásica frase “América para los americanos”, y la Roosevelt o “El Gran Garrote”, que explicaba: “habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”, en referencia a la militarización del continente americano.
Para el líder chileno esto no fue un problema, y liderando a los partidos Socialista y Comunista de Chile, ganó de forma democrática con un 36 por ciento de los votos, apenas arriba de Jorge Alessandri, descendiente de una estirpe de políticos chilenos que habían ostentando el poder en épocas anteriores.
El gobierno de Allende, que enarboló las intenciones de la llamada Unidad Popular, mejoró el reparto agrario, la nacionalización del cobre, la de algunas empresas, los programas sociales de nutrición, salud y educación, entre otras garantías que hicieron que en las elecciones de 1973, Allende logrará lo que no pudo obtener en el 70: la mayoría en el Congreso.
Y como imperialismo estadounidense no podía permitirse tener al enemigo en su territorio, se decidió echar mano de la doctrina del “Gran Garrote”, por lo que extendieron su poder a través de algunos militares detractores del gobierno, de entre los cuales resalta el nombre de Augusto Pinochet.
Fue entonces que el 11 de septiembre de 1973, la junta golpista ataca al Palacio de la Moneda, desde donde el propio Salvador Allende enuncia un histórico discurso por la radio, del cual se rescatan frases inmortales como:
“Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser cegada definitivamente”.
“No daré un paso atrás. Y que lo sepan: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”.
“Tienen la fuerza. Podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
“Trabajadores de mi Patria, quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia”…
Y todo esto, Allende lo dijo minutos antes de suicidarse con un tiro en la cabeza porque seguro tenía en la mente que morir de pie siempre será mejor que vivir arrodillado.
De ahí comienza un régimen sanguinario comandado por el propio Pinochet, caracterizado por la desaparición de miles de opositores, políticos, jóvenes socialistas y ciudadanos en general.
En 2011, la Comisión Valech que recibió e investigó nuevas denuncias en aquel tiempo, de violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado en la dictadura del general Augusto Pinochet entregó un informe de 60 páginas al entonces presidente chileno Sebastián Piñera que incorporó otras 9 mil 800 víctimas y 30 casos de personas desaparecidas o ejecutadas, las cuales se agregan a las que ya habían sido calificadas con anterioridad. La Moneda dio escasa visibilidad al tema, mientras que las organizaciones de las víctimas criticaron el alto número de denuncias que fueron rechazadas por la comisión, más de 22 mil, informó el diario El País.
“Esperamos que este informe de la comisión contribuya a la paz y la reconciliación”, sostuvo el ministro de Justicia, Teodoro Ribera según el propio medio de comunicación. Desde el reinicio de la democracia en 1990, el Estado chileno ha tenido cuatro comisiones diferentes para reconocer a las víctimas y otorgarles una reparación. En total, sumando los casos de detenidos desaparecidos, ejecutados, torturados y presos políticos reconocidos por estas comisiones -sin considerar los exiliados ni las familias de todos los afectados-, el número de víctimas de la dictadura de Pinochet supera las 40 mil personas, de ellas 3 mil 65 están muertas o desaparecidas entre septiembre de 1973 y marzo de 1990… Ese fue el legado de Augusto Pinochet.
En contraste, Allende siempre será ese símbolo de lucha que pese a haber muerto a sus 65 años, siempre tendrá en el recuerdo ese halo de juventud, pues su frase más recordada siempre será: “Ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica”.