Nunca había pasado tanto tiempo brincando de los libros al celular y del celular a los libros. La cuarentena, el encierro en casa, nos obliga a descubrirnos y a descubrir cosas que antes no veíamos, fenómenos sociales que se están apoderando del devenir humano.
Algo que reafirmé esta semana es que, tristemente, tienen mayor impacto en las redes sociales las personas que se dedican a publicar estupideces que las que hacen alguna reflexión inteligente.
Por ejemplo, ese que llaman Chumel Torres, que otra vez se empecina en publicar noticias falsas, ya sea porque se las pagan o por interés propio, ahora se lamentó por la supuesta muerte de un médico del Instituto Mexicano del Seguro Social, mostrando una fotografía de Valentín Elizalde, “El Gallo de Oro”, famoso cantante de banda y norteño asesinado el 25 de noviembre de 2006.
Y pese a la emergencia, la pandemia, el Covid-19 y la necesidad de líderes de opinión que aclaren y no enreden la realidad en un contexto tan difícil, algunos de sus seguidores defendieron a Chume, argumentando que así es su sentido del humor y hay gente que no lo entendemos.
¿No las audiencias se devoraron a Javier Alatorre la semana pasada precisamente por no confirmar la información que le dio a TV Azteca el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla, sobre la supuesta falsedad de las cifras en las conferencias sobre el Covid-19 que ofrece por las tardes la Secretaría de Salud? Al parecer, el derecho a mentir o decir estupideces es inversamente proporcional a la simpatía que puedas generar en la audiencia… Si vas a ser un imbécil, procura ser uno que caiga bien.
Luego, en este encierro, me di cuenta de que la “autocomunicación de masas”, como la llama Manuel Castells, es sumamente poderosa, pero, como un río inmerso en la ciudad y el caos, puede arrastrar tanta basura que el agua termina por ser inservible. Escuché a una persona que leía comentarios de Facebook sobre varias patrullas que rodeaban el templo de los mormones en San Juan de Aragón, Ciudad de México, porque, según, estaban sacando un montón de muertos por Covid-19 del lugar religioso.
La persona en cuestión no corroboró, no cuestionó, no confirmó… Simplemente se levantó de su asiento y comentó el hecho con otra persona, como si éste fuera real. Leyendo más comentarios un usuario aclaraba: “No están sacando ningún muerto, las patrullas están porque hubo un evento y están revisando que no se violen las medidas de contingencia… Así se hacen los chismes”… Empero, toda la masa, incluida mi fuente, siguió pensando que era mejor la historia de los muertos por Covid-19, pues está más entretenida.
Y ya que hablamos de Facebook, descubrí otra cosa muy extraña esta cuarentena, que reafirma mi pensamiento, expuesto en ocasiones anteriores en este espacio, sobre la posibilidad de que este modo de vida del encierro, dominado por las relaciones digitales, ha llegado para quedarse.
Si el home office, las clases en línea, hasta los chats eróticos ya eran demasiado, resulta que hay personas que transmiten en vivo simuladores de manejo en los que van por carreteras digitales del mundo, llevando cargas o pasajeros ficticios y “manejan” hasta tres o cuatro horas mientras miles de personas les comentan y charlan con ellos… Si el ser humano se acostumbra, ya ni viajar será necesario.
Esta cuarentena me ha demostrado que la soledad, el encierro y la monotonía, nos ponen en escenarios muy bizarros o patéticos en los que caemos al absurdo de las mentiras, las relaciones digitales o en dedicarnos a ver cómo un sujeto se divierte manejando un camión que no existe a través de un camino virtual que no superaría la experiencia, bajo las actuales circunstancias, de subir a la azotea para mirar las nubes.
Fiel a la costumbre, cerraría con las palabras de Isaac Asimov en “Robots e imperio”, donde un texto publicado en 1985, bien define nuestra cuarentena obligatoria del presente y un posible aislamiento voluntario en el futuro:
“Evitar los viajes no les hacia diferentes a los demás. Los auroranos en general, y también los espaciales, tendían a no moverse de casa. Sus mundos, sus viviendas eran demasiado cómodos. Después de todo, ¿qué placer podría ser mayor que el de sentirse cuidado por sus propios robots, robots que conocían el más mínimo ademán y por ello mismo, sus costumbres y deseos sin necesidad de tener que decírselo?…”.
Y aunque hoy no tenemos robots antropomorfos que sean nuestros sirvientes, a veces las tiendas en línea me ofrecen cosas tan específicas a mis gustos que, en efecto, no tengo ni que buscar, ni que salir de casa para obtener lo que necesito.
(Para leer más sobre las era digital y las relaciones sociales, puedes ingresar al siguiente link: https://abarloventoinforma.com//2020/04/12/el-encierro-y-la-distancia-las-relaciones-humanas-del-futuro-proximo/)