Esta semana la pregunta es pertinente: ¿cuántas personas en las sierras de México, en el campo, en las zonas rurales e indígenas, cuántas conocerán el nombre de Enrique Krauze, el de Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañeda? Aún así, esos y otros 27 personajes, dicen, quieren recuperar la democracia de México.
Bajo el título “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”, treinta “intelectuales” entre los que se encuentran Roger Bartra, Soledad Loaeza, María Marván, Jean Meyer, Jesús Reyes Heroles, Javier Sicilia, José Woldenberg y Gabriel Zaid expresan: “Es imperativo corregir el rumbo y recuperar el pluralismo político y el equilibrio de poderes que caracterizan a la democracia constitucional”.
¿Será que Letras Libres, el Reforma y demás medios de comunicación donde publican estos personajes extrañan los millones y millones de pesos que llegaban a sus arcas gracias a los gobiernos del PRI y del PAN? Si es que no ven “pluralismo político” es porque la ahora oposición perdió todo derecho a respeto por sus gobiernos plagados de corrupción manifiesta en personajes como Rosario Robles, Genaro García Luna, Emilio Lozoya, entre muchos otros que pronto habrán de exponerse. Tendría uno que ser ciego para seguir legitimando a ciertos partidos.
Por décadas, antes de la irrupción de las redes sociales y la generación de la autocomunicación de masas, esos nombres y apellidos de “intelectuales” se adueñaron de la opinión en los “grandes medios” y construyeron, en algunos casos dinastías, en otros grupos editoriales, que persiguen un fin común: perpetuarse en la oligarquía mexicana.
Ya es cansado ver siempre los mismos apellidos haciendo contenidos en todos lados nada más porque el sistema permitió el crecimiento de las élites; sólo como un ejemplo bastan los Krauze: el padre, Enrique, con editorial Clío y Letras Libres; su hijo, León Krauze, anda presumiendo su noveno Emmy, y el otro de sus vástagos, Daniel, así como hace novelas que le publican Planeta y Alfaguara, también anda metido haciendo “Luis Miguel, la serie”.
“Intelectuales” orgánicos o “sistémicos”, les llaman, y atiende a que una estrategia gubernamental para mantener el control de la opinión pública es crear personajes de cierta “categoría cultural”, para que, el resto de la sociedad, evite adentrarse a los temas nacionales y se limite a escuchar el eco de esas voces autorizadas por el sistema.
Pero no, esa bola de gente nunca le ha hecho un favor al país escribiendo para un México que ni de lejos conocen. ¿Dónde estuvieron en 1997, cuando la matanza de Acteal; en 2006, cuando la represión y violación de Derechos Humanos contra pobladores de San Salvador Atenco; a caso hubo un desplegado de esta gente para saber dónde estaban los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa?
Y este desplegado se publica justo la semana en la que el subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración, Alejandro Encinas, dio a conocer que el próximo 3 de septiembre se firmará el Acuerdo de Solución Amistosa para reparar el daño a las víctimas de la masacre de Acteal; asimismo, el texto de los opositores se da a conocer cuando los padres de los normalistas desaparecidos en Iguala el 26 de septiembre de 2014, aseguran que las investigaciones marchan como jamás lo hubieran hecho bajo una administración del PRI o del PAN.
Entonces, ¿a qué democracia se refieren esos personajes, qué buscan, qué quieren, a quiénes representan los acaparadores de la pluma que gracias al dinero y la protección de los gobiernos anteriores generaron cuantiosas audiencias? ¿No detrás de las palabras de aliento de Enrique Krauze para el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, había un contrato millonario entre el mandatario local y Letras Libres hace un mes cuando las protestas por la muerte de Giovanni López?
Sus opiniones, sus plumas, sus letras, no conocen otro lenguaje que el del dinero, el interés y su autosatisfacción, y como el gobierno federal actual no les quiere pagar sus publicaciones, pues están molestos. “Cómo que ya no somos la élite intelectual de este país?” han de preguntarse frente al espejo sin darse cuenta que vivieron en un espejismo creado por su microsociedad elitista donde sólo entre ellos y los gobernantes neoliberales se daban palmadas en la espalda.
“El ave que da vueltas al mismo árbol está condenada a escuchar su propio cantar”, y entonces la pregunta sigue siendo la misma: en un mundo de redes digitales, influencers, y en un país que eligió con una mayoría del 53 por ciento a su actual presidente, ¿cuántas personas en las sierras de México, en el campo, en las zonas rurales e indígenas, cuántas conocerán el nombre de Enrique Krauze, el de Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañeda?