Uno no puede fiarse cuando los Estados Unidos hablan de terrorismo. Es un concepto tan relativo y poco imparcial que cuando salta a los medios de comunicación porque algún funcionario de la Casa Blanca lo menciona, las naciones aludidas deben ponerse en alerta.
Sin embargo, esta semana, sin mencionar una amenaza en particular, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos emitió un boletín de terrorismo interior que alerta sobre la posibilidad de actos violentos por parte de personas motivadas por sentimientos contra el gobierno después del triunfo electoral de Joe Biden.
“La información apunta a que ciertos extremistas violentos motivados ideológicamente que objetan el ejercicio de la autoridad gubernamental y la transición presidencial, así como otras quejas alentadas por narrativas falsas, podrían seguir movilizándose para incitar a la violencia o cometerla”, dice el boletín.
Este no es tema menor, y no sólo porque exista la posibilidad de inestabilidad interna en EU, sino porque la carta del terrorismo es como un aviso, un pretexto, una señal de que se viene la represión, o por lo menos, pone en la mesa la advertencia de que el grupo acusado en cuestión debe parar porque será perseguido a toda costa, a fin de terminar con su movimiento.
Lo curioso es que hoy la Casa Blanca no habló, hasta ahora, sobre China, Corea del Norte, Medio Oriente o América Latina, es la oposición interna la que le preocupa a la administración demócrata y ante su “alerta de terrorismo”, seguro echaran mano de toda herramienta gubernamental para apagar movimientos opositores que quizás, en realidad, no representen mayor peligro para la estabilidad los Estados Unidos.
Qué contraste con el discurso conciliador de Biden cuando al tomar protesta como presidente el pasado 20 de enero, habló sobre unidad, igualdad, gobierno parejo para todos, sin importar sus ideologías. Parece que no hay tanto consenso: la calma podría lograrse a través de criminalizar a la oposición.
“Antes del 11 de septiembre, el terrorismo me daba asco. Después del 11 de septiembre, el terrorismo me sigue dando asco. El terrorismo en todas sus formas: el que volteó las Torres y mató a tres mil inocentes y el que invadió Irak y mató a cincuenta mil inocentes (y matando sigue)”, escribió alguna vez el gran periodista uruguayo, Eduardo Galeano.
Y añadió también en sus escritos: “El 11 de septiembre de 1973, exactamente 28 años antes de los fuegos de ahora, había ardido el palacio presidencial en Chile. Kissinger había anticipado el epitafio de Salvador Allende y de la democracia chilena, al comentar el resultado de las elecciones: ‘No tenemos por qué aceptar que un país se haga marxista por la irresponsabilidad de su pueblo’”.
Uno de los últimos movimientos de Donald Trump como presidente, fue reintegrar a Cuba en la lista estadounidense de países patrocinadores del terrorismo: ¿dónde se justifica, sino en el imperialismo de la Casa Blanca, esta categoría para una Isla que exporta médicos al mundo, educa a su pueblo y no registra ataques a otras naciones ni algún tipo de expansionismo?
Para dar una justificación legal, Pompeo señaló la negativa de Cuba a extraditar a miembros del Ejercito de Liberación Nacional (ELN) de Colombia tras un atentado con bomba en enero de 2019 en un academia policial de Bogotá en el que murieron 22 personas. Así es el gobierno de los Estados Unidos: Irán es terrorista, pero Israel atacando a Palestina, no; Venezuela lo es, pero Turquía destrozando el Kurdistán, no…
“Es verdad que la oferta de malos ha caído, pero al sur del mundo sigue habiendo villanos de larga duración. A Fidel Castro, el Pentágono tendría que levantarle un monumento, por sus cuarenta años de abnegada labor. Muammar al-Khaddafi, que había sido un villano bastante cotizado, trabaja poco o nada en la actualidad, pero Saddam Hussein, que fue bueno en los años ochenta, en los noventa pasó a ser malo malísimo, y sigue resultando tan útil que, a principios del 98, los Estados Unidos amenazaron con invadir Irak, por segunda vez, para que la gente se dejara de hablar de las costumbres sexuales del presidente Bill Clinton. A principios del 91, otro presidente, George Bush, había advertido que no había por qué ponerse a buscar enemigos en las lejanías siderales. Después de invadir Panamá, y mientras invadía Irak, Bush sentenció: -El mundo es un lugar peligroso”, dijo también Galeano en su libro “Patas arriba, la escuela del mundo al revés”.
Por eso hoy que la amenaza viene de adentro, en ese grupo de fanáticos que durante cuatro años arengó Donald Trump, no sería sorpresa que comiencen a salir películas de la lucha de los demócratas contra la ‘sucia’ oposición republicana, los ‘locos fanáticos’ que quieren guerra y no cordialidad, los resquicios de un gobierno sin pies ni cabeza que terminó por poner en entredicho las instituciones… Se viene la narrativa del terrorismo.