La reflexión de Karl Marx, “La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”, encapsula el proceso de repetición histórica que puede llevar a situaciones extremas y preocupantes. Esta idea resuena al analizar el ascenso de figuras políticas como Donald Trump, cuyo éxito ha sido impulsado en gran parte por el apoyo de grupos evangélicos. Estos sectores lo consideran el líder fuerte que, en su opinión, el país necesita, y por ello, sus escándalos sexuales y su escasa moralidad privada son vistas como irrelevantes.
Para muchos conservadores, lo importante es que Trump representa una masculinidad tradicional, agresiva y dispuesta a desafiar la corrupción política. Su falta de respeto por las normas de comportamiento educado es percibida como una virtud por un segmento del electorado que lo ve como un transgresor. Estos votantes desean un hombre viril que los represente, y en su perspectiva, el feminismo ha cometido el error de rechazar a los auténticos hombres. Esta dinámica recuerda lo sucedido en los años 80 con Ronald Reagan en Estados Unidos, y hoy parece que la historia se repite, pero en una forma más extrema.
Trump ha manifestado públicamente posturas como la afirmación de que solo existen dos sexos, hombre y mujer, avalado ya por el departamento de salud, “ tu eres perfecto como te hizo dios”, señaló ayer en su mensaje en la nación del 4 de marzo, al rechazar el argumento de que hay mujeres atrapados en un cuerpo de hombre, eso es mentira dijo.
Hay que recordar que Trump rompió en su primer mandato con el acuerdo de París, retiró el apoyo a la Organización Mundial de la Salud, a la que consideró corrupta; además, su rechazo a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU por oponerse, dijo a su país, todos estos ejemplos muestra su clara postura contra las entidades internacionales que percibe como contrarias a los intereses estadounidenses. Este tipo de retórica y acción no solo pone en riesgo a los ciudadanos de Estados Unidos, sino a miles de millones de personas alrededor del mundo.
Imaginemos que Trump y sus socios hagan efectiva la visión que tienen sobre Gaza, que quieren transformar en una destino turístico de playa de lujo.
Hace algunos años, leí “El Cuento de la Criada” de la canadiense Margaret Atwood, una distopía publicada en 1985 que volvió a ser relevante en 2017 con la serie homónima. La novela de Atwood describe un futuro donde la opresión de las mujeres está legitimada por un régimen totalitario. Este mundo es cada vez más real, y la atmósfera en la que Atwood desarrolló su obra reflejaba las políticas híper conservadoras del gobierno estadounidense presidido por Ronald Reagan, entre 1981 y 1989.
El mandato de Reagan se centró en una plataforma que idealizaba la “familia” tradicional, entendida como una unidad patriarcal con roles de género fijos, y en promover una visión judeocristiana de la sociedad. Durante un discurso en 1983 en la Convención Anual de la Asociación Nacional de Evangélicos, Reagan predicó que “la libertad prospera cuando la religión es vibrante y se reconoce el imperio de la ley”. La atmósfera creada por este tipo de discursos parece haber inspirado la creación de Gilead en El Cuento de la Criada.
Hoy, al igual que en esa época, las señales de alerta están presentes, pero no queremos verlas. Como escribió Atwood, “Las señales estaban ahí y nadie las quiso ver”. Y en este momento crítico de la historia mundial, parece que las señales continúan estando presentes, pero la sociedad se niega a reconocerlas. Ejemplos de ello incluyen el saludo nazi de Elon Musk y la estigmatización de los migrantes, a quienes se les acusa injustamente de ser pandilleros, delincuentes o narcotraficantes, cuando la realidad es mucho más compleja.
Un botón más para ilustrar esta realidad es el discurso de Donald Trump en el Congreso, a solo 45 días de haber asumido el cargo. Su discurso, que buscó presumir sus logros en un corto periodo, también mostró la rudeza de su régimen al impedir que los congresistas demócratas se manifestaran, incluso uno de ellos, el congresista Al Green fue sacado del recinto mediante el uso de la fuerza, que aunque acepto que lo removieran de la sesión dijo que continuará denunciando los atropellos del gobierno de Trump.
Todo esto ocurre en la tercera década del segundo milenio. Las señales están ahí, aunque no las queramos ver, como nos advierte la genial distopía “El Cuento de la Criada”.
Rafa Buelna