Este texto forma parte de nuestro recuento de los artículos más destacados del sexenio en declive del todavía (por unas horas) presidente Enrique Peña Nieto. Fue publicado el 24 de febrero de 2015 en nuestro anterior sitio Homozapping.
Que se calle el Papa, que se calle Obama, que se calle Clinton, que enmudezca González Iñárritu, que dejen de indagar los reporteros extranjeros, que se vayan los forenses argentinos, que la ONU deje de juzgar y que dejen en paz a este gran gobierno que ha decidido responder “golpe por golpe” la ola de críticas y animadversión que genera su actitud ante cada expediente conflictivo.
Esta parece ser “la línea” de Los Pinos. No lo dicen así, por supuesto, pero las respuestas y las correcciones tienen el tufo regañón de quien no sabe cómo salir de una para entrar a otra crisis.
Los magos de la comunicación presidencial han decidido no sólo controlar hasta la última línea ágata de los medios impresos y cada segundo en los medios electrónicos financiados con dinero público (no con el de Peña Nieto) sino también responder con singular torpeza a quienes cuestionan, documentan, denuncian o simplemente exponen un punto de vista crítico. Confunden al país con el presidente. Y creen que las críticas a su gobierno son una afrenta a la soberanía.
En comunicación política uno de los elementos fundamentales de las crisis es el llamado “control de daños”. Se trata de tomar una serie de medidas para aminorar, amortiguar y aislar el efecto causado por un escándalo, un imprevisto, un accidente, una tragedia o una ruptura en el aparato político.
El control de daños, por supuesto, incluye que alguien se haga responsable, se le sancione y se adopten medidas correctivas. Algo que no ha pasado en ninguno de los casos mexicanos recientes: ni en Ayotzinapa, ni en los escándalos de las casas, ni en el descarrilamiento del tren de alta velocidad México-Querétaro ni en la reiterada violencia en Guerrero, Michoacán y Tamaulipas y menos en la pésima conducción de la política económica mexicana. Todos los responsables siguen inmóviles, como estatuas de sal. Paralizados como si nada hubiera sucedido. Como la orquesta del Titanic, siguen tocando aunque el barco se hunda.
Para operar el “control de daños” primero debe asumirse que se está frente a una crisis. Peña Nieto, ya lo dijo éste en su célebre discurso del #YaSeQueNoAplauden: su gobierno no vive una crisis de corrupción sino un problema de “mala percepción” de sus acciones. Nada de lo que han hecho es ilegal y menos cuestionable éticamente. El problema es que los demás no entienden. Tener bienes raíces patrocinados, financiados o regalados por los grandes contratistas de obra pública no es un conflicto de interés. Es un conflicto de percepción.
Para Peña Nieto no hay crisis en el escándalo internacional que se ha convertido el expediente Ayotzinapa y las compuertas que se abrieron sobre los expedientes de miles de desaparecidos (todavía hay columnistas financiados desde Los Pinos que niegan lo evidente: hay miles de desaparecidos). No hay crisis en la falta de crecimiento económico (son las variables externas las que cambiaron). No hay crisis en el desplome de las promesas de la reforma energética que se abarataron más que el barril de petróleo. No hay crisis cuando la primera dama se convierte en el Meme más criticado en la historia reciente.
Todo esto no es crisis. La crisis es producto de una mala opinión orquestada, quizá, por alguien que se ve afectado en sus intereses (ahí han filtrado que todo se debe a Carlos Slim que resultó ser un “genio” para maniobrar en la prensa anglosajona), por adversarios que quieren derrocar al Grupo Atlacomulco, por resentidos como el ex jefe de Gobierno capitalino Marcelo Ebrard o que simplemente por quienes le tiene mala fe al “Salvador de México”.
Desde ahí, el error de diagnóstico convierte al control de daños en un descontrol. En lugar de aislar, aminorar y corregir el origen de la crisis lo agradan, lo expanden y reiteran con su discurso y su actitud el enojo de los ciudadanos.
En cada uno de los casos mencionados, los geniecillos de Los Pinos potencian el daño al querer “controlar” lo que no pueden: la indignación generalizada, la decepción frente a las promesas, el enojo empresarial con una reforma fiscal recesiva, a los medios internacionales que, en efecto, creyeron en Peña Nieto y ahora lo cuestionan con singular desengaño.
Quieren controlar hasta las opiniones del Papa Francisco en su correspondencia privada. Quieren maniobrar al estilo priista para transformar las palabras de González Iñárritu en el evento con mayor rating en la televisión global (la entrega de los premios Oscar) para convencernos que su crítica fue hacia Estados Unidos. Quieren que las expresiones de Obama, Clinton y los medios no se divulguen en sus medios-espejo.
Transforman a los embajadores en correctores de estilo de los corresponsales extranjeros. Convierten a los secretarios de Estado en pugilistas en rounds de sombra. Y transforman cada crisis en una debacle.
Ahí está el error de creer que todo es percepción pública. También los hechos cuentan. Y cuando éstos son reiteradamente autoritarios y cínicos, reiteradamente generan una reacción de sentido inverso y de mayor intensidad en su contra.
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