Este fin de semana se reunieron en Biarritz, Francia, los Jefes de Estado de algunas de las potencias más poderosas del mundo: Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Italia, Alemania, Japón y claro, el anfitrión Francia, en eso que llaman el Grupo de los Siete (G7). Aunque de pronto sea molesto que sólo un puñado de personas estén tomando decisiones a nombre de la humanidad, la globalización ya es tan invasiva que estas cumbres, son necesarias.
Porque en nuestros días hay dos aristas importantes de la integración mundial, que al final, al ser parte del mismo sistema, se tocan: por un lado, la parte medioambiental, pues sabemos la crisis tremenda que vive el mundo y por añadidura, la humanidad; del otro lado se encuentra la economía capitalista que conecta prácticamente todo el globo y al final resulta ser hasta un escudo de protección para nuestra raza.
En el caso del medio ambiente la situación es clara: la selva del Amazonía se está muriendo por las omisiones del gobierno brasileño de Jair Bolsonaro para frenar más de 70 mil incendios que atacaron al ecosistema este 2019; el pulmón del mundo desaparece como el de un fumador compulsivo y por eso algo tendrían que hacer los grandes líderes mundiales, aunque a Bolsonaro no le guste y sienta que su intervención es imperialista, o que la selva y sus habitantes indígenas le estorban para hacer negocios.
Pero del mismo modo, personajes como Donald Trump o incluso Vladimir Putin, serían hipócritas si se desgarran las vestiduras ante la devastación de la selva y no hacen nada por frenar los deshielo del Ártico, sólo por su necia necesidad de abrir nuevas rutas comerciales en el Polo Norte. ¿Qué hace Noruega, por ejemplo, cooperando en un fondo de mil 300 millones de dólares para apoyar a la Amazonía, pero exigiendo sus derechos para explotar los recursos de las aguas heladas que tocan su territorio?
Si bien nos va como humanidad, en este G7, los acuerdos habrían de ser encaminados a parar esa autodestrucción de la que estamos siendo víctimas, porque no se sabe cuánta vida útil podrían tener esos negocios jugosos que buscan las potencias en la Amazonía o en el Polo Norte, si ya no hay un mundo habitable para los capitalistas.
Y por otro lado la interconexión de la economía, que al final ya es un escudo porque no cualquier país quiere ver caer sus inversiones por un arranque, ni siquiera los EU, gobernador por el mismo Donald Trump. Por ejemplo, hace unas semanas, Alemania acusó una retracción de 0.1 por ciento en su economía y las bolsas del mundo cayeron… Sólo la de Hong Kong registró ganancias.
Esto quiere decir dos cosas: uno, que un bombazo en cualquier zona del mundo occidental acarrearía una crisis financiera sin precedentes en las dos guerras mundiales anteriores a la integración económica de 1944 cuando surgen el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en los acuerdos de Bretton Woods, pues empresas como Google, por mencionar sólo una, tienen sus almacenes de datos repartidos por el Planeta: los mayores nodos de interconexión se ubican en Estados Unidos, Alemania, Holanda y Reino Unido, ¿imaginas lo que pasaría si se destruyera estas bases de datos? No sólo las acciones de la empresa caerían arrastrando a muchas otras, sino que habría una dramática reversa en el desarrollo de lo que llamamos “la sociedad de la información”.
Asimismo, ante un ataque, las naciones exportadoras como la propia Alemania, Corea del Sur, por ejemplo, caerían frenando así la gran cadena de producción internacional. De alguna forma, algo que nos dejó el Plan Marshall, que reconstruyó Europa después de la Segunda Guerra Mundial, es que la integración obliga al mundo a cuidar a cada nación como si fuera una parte de su cuerpo: si da hambre se siente en el estómago, pero también duele la cabeza.
La otra parte es la de Hong Kong, que no resintió la caída de las bolsas, lo que nos remite a la nación que promete ser cabeza de serie en el futuro: China y su economía mixta, que construyó un imperio en épocas neoliberales logrando cuidar su mercado con un sistema nacionalista.
Por eso, las guerras que se libran son comerciales, ya no tanto armadas o se tiene precaución con los “juguetes” nucleares de esos niños grandes que dominan el mundo. Sin embargo, conocer la historia es básico y toda guerra o revolución siempre comienza en un ambiente de hambre e incertidumbre para el pueblo. Por eso, si no procuramos bienestar para el medio ambiente, en algún momento habrá sequía, falta de recursos, calor… No nos va a importar lanzar un bombazo porque ya todo estará perdido.