Covid-19: cómo el Estado podría fortalecer su papel en la economía mundial aprovechando la crisis

Por: Miguel Alejandro Rivera @miguelalerivera

Si algo nos ha enseñado la historia es que debemos estudiarla para entender el presente y hacernos una idea de qué pasará en el futuro, y si una cosa podemos ver en tiempos del coronavirus, es que no es la primera ni será la última de las crisis que tenga el sistema mundo, por lo que ya hay precedentes para darnos una idea de qué sucede y hacia dónde vamos.

Surge una pandemia y claro, la economía es lo que nos preocupa, porque se avecina una crisis ineludible y en la mente tenemos que habrá más muertos de hambre que de Covid-19: tan sólo la Comisión Económica para América Latina y el Caribe ha dicho que se puede perder hasta 67 por ciento del PIB regional; sin embargo, basándonos en épocas anteriores, y en una posible prospectiva, esto atiende a un simple reacomodo de fuerzas, ya no Estado contra Estado, sino de las grandes potencias contra los poderes fácticos.

Dejemos de lado un momento el hecho de si el coronavirus es una enfermedad sembrada o alguna otra teoría conspirativa; lo que es  una realidad, es que se presenta como una excelente oportunidad para que las fuerzas gubernamentales den un golpe en la mesa, en un escenario internacional en el que cada vez perdían más fuerza.

En 1929, el modelo capitalista de producción en serie en los Estados Unidos, también conocido como Fordismo, generó una sobre producción que no se previo cuando muchos años atrás, en la Revolución Industrial, la máquina de vapor sustituyó a millones de hombres y mujeres cuya fuerza de producción se vio desdeñada ante los avances tecnológicos de aquella época.

Por eso los dueños de los medios de producción se empoderaron y pensaron que los obreros eran desechables, sin entender que ese capital humano minimizado, al terminar sus horas laborales, se transformaba en el consumidor, y si no tenía dinero para comprar debido al desempleo, bajaría también el poder de consumo. De ahí devino la mencionada crisis de sobre producción en 1929.

Fue entonces que el economista John Maynard Keynes le propuso al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, aplicar el llamado “New Deal”, o modelo intervencionista del Estado, donde el gobierno tuviese mayor participación en la economía nacional, debido a que, la iniciativa privada había fallado generando una terrible crisis.

Así el Estado recuperó su poder hasta que vino la Segunda Guerra Mundial, que generó un caos en el sistema mundo y de las potencias internacionales, por lo que al finalizar la misma, surgen organismos como la Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el GATT, entre otros varios instrumentos que, según la teoría del idealismo político, ayudarían a establecer un orden mundial más pacifico y de resoluciones mayormente diplomáticas que bélicas.

En tanto, las grandes potencias entendieron que la guerra, al dejar profundas consecuencias en las finanzas públicas, no era la solución a sus problemas y por ende, surgen opciones como los precedentes de lo que hoy conocemos como la Unión Europea, que terminó por integrar mercados, migración, educación, entre otros factores políticos, económicos y sociales, lo que les alejó aún más de conflictos armados entre sí, por la profunda relación de sus interacciones. Luego entonces, la solución para colonizar otros países ya no sería la fuerza, y se habrían de buscar otras opciones.

Entre los setentas y los ochentas del siglo pasado, se genera el Consenso de Washington que terminaría por destapar el período neoliberal que imperó los últimos 35 años en el mundo y en el cual las empresas fueron la nueva forma de colonización hacia los países subdesarrollados y en ocasiones, hasta en territorios de grandes potencias. De pronto, gracias a los Tratados de Libre Comercio, el capital extranjero entraba como en su casa a las naciones pobres para robarles sus recursos, pagar barato la mano de obra y extrayendo sus ganancias para invertirlas en Bolsas de Valores del extranjero.

Pero de pronto las empresas, las corporaciones y los grandes capitales tomaron una preponderancia tan poderosa que ya estaban en los Congresos, en las Secretarías de Estado, sentados en la mesa de las grandes decisiones de las políticas nacionales e internacionales.

Para muestra México, donde empresas como Televisa terminaron por imponer a presidentes, muy claramente a Enrique Peña Nieto, y tenían “telebancadas” en el Legislativo, impulsando iniciativas a favor de sus intereses. O podríamos tomar el caso de el ex secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, a través de quien empresas españolas dictaban parte de la agenda  política y económica en nuestro país durante el sexenio de Felipe Calderón.

Pero entonces llegó el Covid-19 y las primeras piezas en el tablero que comienzan a temblar son precisamente con las que juegan las empresas, el capital privado, los  fondos de inversión, esos que durante años exigían se les condonaran impuestos y que el Estado no les importunara con políticas de control de capitales clamando por el libre mercado, pero que hoy piden a gritos exenciones fiscales, rescate, apoyo gubernamental, hospitales y de más ayudas ante la crisis.

Y por eso, es probable que se avecina un reacomodo de los factores económicos en los cuáles se fortalezcan las instituciones del Estado, porque si algo más nos ha dejado la experiencia del coronavirus, es que estructuras gubernamentales robustas como China o Rusia, pueden enfrentar las crisis con mayor solidez y margen de maniobra que las que han estado supeditadas a las grandes corporaciones.

En China, por ejemplo, aunque en marzo de 2019 se aprobaron algunas leyes que relajan las reglas para la inversión extranjera en el país asiático, el sistema chino implica controles para los grandes inversionistas de otros países como la transferencia de tecnología, la correcta recaudación fiscal, el apoyo a empresas locales e incluso las conocidas Zonas Económicas Especiales, ubicadas en su mayoría en el litoral, para mantener un control del escenario regional y obtener beneficios como la re inversión de una buena parte capital extranjero en el propio país, recluso que sirve en demasía para tiempos de crisis como el que se vive debido al Covid-19.

La última reflexión al respecto es, ¿por qué el pasado 9 de marzo, Donald Trump, presidente de EU, expuso en Twitter que en su país un promedio de entre 27 mil y 70 mil personas mueren al año por gripe común, por lo que el Covid-19 no detendría la vida y la economía, pero de pronto prefirió cambiar el discurso al contrario?, ¿qué oportunidades miraron los gobiernos nacionales ante la pandemia, a quién quieren darle una lección los Estados con las restricciones que genera esta crisis?

En 2017, cuando el Covid-19 no estaba ni cerca de la agenda mundial, la Organización Mundial de la Salud publicó que cada año se producen hasta 650 mil defunciones por enfermedades respiratorias relacionadas con la gripe estacional, según nuevas estimaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos.

Según la Secretaría de Salud mexicana, sólo entre un 2 y 6 por ciento de las personas infectadas de Covid-19 requeriría hospitalización y de ese porcentaje uno menor moriría. Asimismo, hasta este 5 de abril, se registra un aproximado de 65 mil muertes a nivel mundial, desde el primer deceso que pudo darse entre el 9 y el 16 de enero.

Luego entonces, de seguir la línea de la pandemia como hasta ahora, tomando en cuenta que la curva de contagio sube en algunos países, pero en zonas como Wuhan, que se supone fue el epicentro del virus, va hacia abajo, al año podrían registrarse unas 200 mil muertes, y aunque no se le debe restar importancia a la peligrosidad del virus, por descabellada que parezca la siguiente aseveración, la lógica en el tuit del Donald Trump del 9 de marzo, ya no suena tan irreverente como la mayoría de sus posturas. Entonces, ¿por qué mediatizar e insistir tanto en darle un freno al sistema mundo con ayuda del Covid-19?

Al final, si las medidas de restricción implementadas por el Estado funcionan, las fuerzas gubernamentales saldrán airosa de esta crisis y le habrán demostrado a la iniciativa privada que pueden frenar el Mundo a placer y echarlo a andar de nuevo, como ha sucedido en la crisis de 1929 o después de la Segunda Guerra Mundial. Al final, con la crisis del neoliberalismo que dejó experiencias como los movimientos en Chile de 2019, podríamos pensar que se fortalecería la ciudadanía, el pueblo, pero ahora, quizás lo que se fortalece es la figura del Estado-Nación.

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