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Es cierto: Donald Trump es racista, clasista, habla de más y muchas veces sin sentido o razón en sus palabras; es brabucón, errático, otros líderes del mundo no lo aceptan o como sucedió en una cumbre de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), se burlan de él. Todo eso es cierto, y sin embargo, podrían ser mejores otros cuatro años de él que de Joe Biden.
Por ejemplo, Donald Trump tiene un discurso incómodo para los migrantes; en su administración hay funcionarios como su yerno, Jared Kushner, que asegura que los mexicanos somos criminales casi que por la propia nacionalidad; su muro fronterizo ha sido pieza total de su plataforma política y entonces todos los latinos nos molestamos con él. Sin embargo, Trump no resulta ser hipócrita como los demócratas que de palabra son amables pero en la acción resultan más de lo mismo.
En el primer mes de trabajo de Barack Obama, 32 mil 419 mexicanos fueron deportados contra 12 mil 447 de Donald Trump. Las detenciones por parte del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) del actual gobierno en 2017 fueron aproximadamente la mitad de aquellas realizadas durante los principales años del presidente Barack Obama, 2010 y 2011, según un nuevo informe del Migration Policy Instituto. Asimismo, en la administración anterior, de la que Joe Biden fue vicepresidente, se suspendió el programa “Pies secos, pies mojados”, que permitía obtener la legalización de su status a los cubanos que ingresaban al territorio estadounidense, además de impulsar la salida de los médicos que había exportado la isla a su territorio.
En el 2013 Biden apoyó una propuesta de ley bipartidista que, además de proveer un camino a la ciudadanía para las personas indocumentadas, proponía que se dedicara más de 42 mil millones de dólares a la seguridad fronteriza. De haberse aprobado, la ley habría duplicado el número de agentes de la Patrulla Fronteriza en la frontera con México y añadido 350 millas al muro, así como la adquisición de tecnología para prevenir la migración ilegal.
Otra parte diametralmente distinta en las administraciones de Obama y Trump fue la postura en Medio Oriente. Si bien es cierto, Trump ha salió del acuerdo nuclear con Irán y sigue apoyando a Israel para asediar a Palestina, modificó el enfoque militar en la región. “Obama será recordado como un presidente de tiempos de guerra, lo que es irónico, porque eso era lo último que él planeaba o deseaba”, indicó en 2017 a BBC Mundo Eliot Cohen, profesor de historia militar en la Universidad Johns Hopkins. “Pero él lanzó nuestra tercera guerra en Irak (contra Estado Islámico), siguió en Afganistán, expandió por un orden de magnitud nuestra campaña de matar a terroristas designados como objetivos, y respaldó el derrocamiento europeo del régimen de Gadaffi (en Libia)”, aseguró Cohen.
En contraste, el pasado 9 de septiembre, el Pentágono anunció la retirada de 2 mil 200 militares desplegados en Irak, lo que supondría reducir más de un tercio su contingente en ese país, en el que está presente desde la invasión ordenada en 2003 por el presidente George W. Bush para derrocar a Sadam Hussein. En Afganistán, donde inició una intervención a gran escala tras los ataques que el 11 de septiembre de 2001 derribaron las Torres Gemelas de Nueva York, Estados Unidos alcanzó un acuerdo con la insurgencia de los talibanes para sacar sus tropas de allí antes de mayo de 2021.
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Si bien es cierto que en abril de 2018, Trump ordenó el bombardeo de instalaciones militares como respuesta a las denuncias de que las fuerzas de Al Asad habían llevado a cabo un ataque con armas químicas contra objetivos civiles, las han disminuido considerablemente los embates contra la sociedad de los países de Medio Oriente.
La idea de los demócratas en Estados Unidos es una fantasía, y Barack Obama, quien detrás de su sonrisa y carisma ocultó su política imperialista es la viva prueba. Hasta que no exista un presidente demócrata del corte de Bernie Sanders, en EU sólo existirá la posibilidad para el mundo de un “mal menor” y no de un mandatario con tintes de izquierda.
Por otro lado Trump es un empresario cuya lógica es negociar: se ha sentado con líderes de Medio Oriente, con Kim Jong-un, con diplomáticos de China, y cuando algo no le parece, opta por el camino de las sanciones económicas. México incluso pudo sortear en 2019 las amenazas de fijar mayores aranceles a productos clave y ante el propio Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, en Washington, Trump demostró respeto en el discurso sobre los migrantes mexicanos.
Además, su imperialismo político resulta tan poco hábil que falló en Venezuela con el proyecto “Juan Guaidó”, lo mismo que para quitarle el poder al Movimiento al Socialismo en Bolivia: por eso Trump es ese “mal menor”.
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