Como humanidad, vendemos muy cara la idea de ser “los seres con mayor uso de razón” sobre el planeta Tierra; el otro día haciendo una reflexión apenas superficial de la historia, descubrí lo poco que esto que llamamos seres humanos, hemos disfrutado de nuestra existencia como sociedad.

Aunque uno pudiera remontarse hasta el punto temporal que más le convenga, parece importante recordar la época del oscurantismo, en la cual la Iglesia se apoderó de las conciencias en el continente europeo e implantó a las familias Reales en gran parte de los territorios; con la inquisición, sembraron el terror en las conciencias de científicos, matemáticos, geógrafos, libres pensadores que en muchos casos pagaron con la vida la rebeldía de ser distintos.

Luego en París, un grupo de sujetos a quienes la historia llamaría ilustrados, precisamente porque dieron luz intelectual en la oscuridad religiosa del momento, mezclaron sus ideas con el hambre del pueblo francés, lo que llevó devino en la Revolución francesa, “La declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano”, y un montón de otros grandes conceptos utópicos como incluso el sistema democrático y republicano bajo el que hoy vivimos.

Luego de Siglos de opresión fanática, religiosa y violenta por parte de la Iglesia Católica, por fin un país del “viejo continente”, lograba romper las cadenas y surgía en el ambiente artístico, cultural y político una sed de justicia social que en el Siglo XIX conoceríamos como la Modernidad: “Dios ha muerto”, llegó a decir Friedrich Nietzsche, porque en efecto, ya no era un ser celestial el que definía los destinos de la humanidad de forma errática y unilateral, sino que era momento para que le hombre gobernase al hombre basándose en la igualdad, la justicia, la equidad y otro montón de términos que quedaron en el tintero.

Aunque más o menos en 1818 surgía el Positivismo, metodología científico-social para dar respuestas a tantos cambios de la época, poco le duró el gusto a la humanidad al liberarse de unas ataduras para estar por debajo de otras, esta vez no creadas por un Ser Divino, sino por las propias clases altas que, de alguna forma, se creyeron dioses.

La Revolución Industrial potenció la capacidad de enriquecimiento de los capitalistas y los transformó en seres insaciables. Todo intento por ser distinto, en la propia Francia, cuna de la gran Revolución, era reprimido; por ejemplo, la Comuna de Paris, bajo el primer gobierno obrero del mundo instaurado el 18 de marzo de 1871, fue reprimida desde el gobierno central francés.

No sólo en el territorio europeo se faltó de forma grave a los principios instaurados en “La declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano”: el mismo pueblo que un día luchó por tomar La Bastilla para derrocar a una monarquía, participaba en las Conferencias de Berlín en 1885 para, junto con el resto de potencias de Europa, definir las reglas por las cuales se repartirían al continente africano. Se liberaron de la opresión para ser los opresores.

En paralelo los capitalistas siguieron enriqueciéndose con bestialidad y eso llevó al mundo a una crisis de sobreproducción en 1929, la cual era también consecuencia de la Primer Guerra Mundial, porque en 1914 las potencias decidieron que no estaban de acuerdo en cómo se estaban repartiendo el mundo, sus recursos y a su mano de obra.

Ya para finales de la Segunda Guerra Mundial, después de las bombas atómicas en Japón con las que los Estados Unidos patrocinaron caos, destrucción y muerte, debió venir lo que conocemos como Posmodernidad: un movimiento cultural, filosófico y artístico cuya premisa, a groso modo, podría sintetizarse en: “el hombre le falló al hombre en su intento por progresar”.

Cambiar a Dios por un ser humano no trajo buenas consecuencias y es en donde estamos parados hoy. Con tristeza esta reflexión debemos hacerla desde el pasado europeo porque, al final, ellos fueron los grandes invasores de América, cuya cultura política y social terminó por permear hasta nuestros tiempos, al grado de que poco sabemos de los moros, de las comunidades africanas, de los pueblos originarios del territorio en el que vivimos, o de las culturas asiáticas o de Medio Oriente.

¿Cuándo vamos a disfrutar de eso que tanto se ufana la humanidad: ser la especie que piensa y tiene un lenguaje?, ¿de qué no sirve entendernos si las ideas del Otro al final las ignoramos? Al contrario, como respuesta a la crítica posmoderna llegó el neoliberalismo y ahora le añadimos a la autodestrucción, el aniquilamiento del planeta. Seguimos en un oscurantismo económico, político y social: ¿de eso cómo se sale?

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