Geopolítica imperial en el Gran Caribe: breve revisión histórica

Desde la doctrina Monroe decretada en 1826 y definida por John Quincy Adams tres años atrás, que establecía que el nuevo continente, el “descubierto” a finales del siglo XV, era de su propiedad, los gobiernos estadounidenses han actuado en consecuencia. En 1820, Jefferson consideraba que Cuba “sería la adición más interesante que podría hacerse a nuestro sistema de estados”. El general Mahan, artífice de la geopolítica imperial, afirmaba a finales de ese siglo: “el mar Caribe es la clave estratégica de dos grandes océanos: el Atlántico y el Pacífico, o sea nuestras principales fronteras marítimas”. Y en 1903, el general Leonard Wood, encargado de las fuerzas norteamericanas que invadieron Cuba, afirma que este país

“[…] No puede hacer ciertos tratados, sin nuestro consentimiento, ni pedir prestado más allá de ciertos límites, y debe mantener las condiciones sanitarias que se le han preceptuado, por todo lo cual es bien evidente que está en absoluto en nuestras manos y creo que no hay un gobierno europeo que la considere por un momento como otra cosa sino lo que es, una verdadera dependencia de los Estados Unidos […].”

La trascendencia geopolítica de la intervención estadounidense en el proceso revolucionario cubano de independencia, finalizado en 1898, fue enunciada claramente por Charles A. Bread en 1934: “La mera emancipación de Cuba del dominio español no hubiera dado a Estados Unidos una base naval en Guantánamo, dominando el Paso de los vientos; no les hubiera proporcionado la ocasión de anexarse a Puerto Rico y controlar el Paso de la Mona, finalmente no les hubiera facilitado tampoco la manera de adquirir las Filipinas, las cuales brindan una base naval para la expansión mercantil en oriente […].”

De igual manera, la conciencia del pueblo cubano sobre el imperialismo yanqui es histórica. José Martí afirmó: “[…] impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.” Y Fidel Castro escribió desde Sierra Maestra: “Cuando esta guerra se acabe empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos [los americanos]. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”.

 

El imperialismo estadounidense realizó 45 invasiones militares contra Nuestra América a lo largo del siglo XX, según el trabajo monumental de Gregorio Selser: Guatemala en 1956; el voto de la OEA contra Cuba en 1963; República Dominicana, 1965; Chile, 1973; Granada, 1980; guerra sucia en Centroamérica en la década de los ochenta; Panamá en 1989. En las primeras dos décadas del siglo XXI, con más de 76 bases militares, lleva a cabo un nuevo asedio contra nuestros pueblos, que va del golpe de Estado contra Chávez en 2002 a los golpes blandos o judiciales contra Manuel Zelaya en Honduras (2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012), Dilma Rousseff en Brasil (2016), hasta la actual ofensiva múltiple contra Venezuela y el renovado cerco contra la Revolución cubana.

Ahora con el gobierno de Joe Biden, esa geopolítica imperial sobre el Gran Caribe, de México a las islas del Caribe, Centroamérica, Panamá y Colombia, preside la política exterior de Estados Unidos hacia esta región. Y en el centro de ella está la ofensiva continuamente renovada, del bloqueo que impuso a Cuba desde 1962 y que ha sido condenado año tras años en los últimos 29 años en la ONU; esa ofensiva estadounidense se convierte, en este julio de 2021, en un cerco criminal contra el pueblo cubano, contra la revolución cubana.

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