Desde 1992, cada año se condena en la ONU el criminal bloqueo que Estados Unidos impuso a Cuba desde 1962, cuyo costo se ha estimado en los últimos meses cercano a los 150 000 millones de dólares. El impacto, para una pequeña economía sin recursos energéticos como la cubana, va más allá de las dimensiones financieras.
El bloqueo estadounidense implicó no sólo no tener relaciones comerciales con Estados Unidos, país con el que concentraba su comercio exterior antes de la revolución; el bloqueo se generalizó por casi todos los países latinoamericanos y europeos, a excepción de México que se opuso a la expulsión de Cuba de la OEA en 1962. Y a lo largo de esas seis décadas se fue endureciendo. Entre 1996, con la Ley Torricelli y 1996 con la Ley Helms Burton el bloqueo adquirió caracteres extraterritoriales; amenazaba, por ejemplo, con sancionar a capitales y países que comerciaran con Cuba y con impedir la entrada a Estados Unidos a hijos de posibles inversionistas de otros países que realizaran actividades en Cuba. El bloqueo posteriormente cerró canales de financiamiento internacional. El bloqueo es económico, comercial y financiero. Fidel Castro declaró que el bloqueo “En realidad es un acto de guerra”. A ello se sumó una política migratoria que incentivaba la salida ilegal cubana para recibirlos. Y no olvidemos los más de 600 intentos de asesinato de Fidel Castro.
No es fácil imaginar el significado en la práctica cotidiana el bloqueo ni para el posible comercio exterior ni para la población cubana. En medio de la pandemia, por ejemplo, impidió la llegada de apoyo humanitario y de insumos médicos.
En este contexto de guerra económica, Cuba no sólo sacó del hambre a millones de familias trabajadoras en la zafra y en las ciudades; erradicó el analfabetismo y más allá dio educación universitaria de excelencia, particularmente en medicina y abrió la Escuela Latinoamericana de Medicina en noviembre de 1999. En Cuba la investigación biomédica ha logrado triunfos reconocidos internacionalmente y en estos últimos años, en la pandemia, desarrolló vacunas contra el COVID-19. La solidaridad internacionalista cubana ha hecho historia en África y en la pandemia se presentó la participación de médicos cubanos en Italia, África, Centroamérica, Brasil y México.
Las nuevas modalidades de la guerra híbrida multiplicaron y diversificaron la ofensiva imperialista contra Cuba y Donald Trump impuso más de 243 nuevas medidas para asfixiar a ese heroico pueblo. De cancelar el envío de remesas y eliminar viajes en cruceros y aviones a obstaculizar la llegada de barco petroleros de Venezuela e incluirlo en su lista de patrocinadores del terrorismo internacional.
Hoy la guerra imperialista contra Cuba se desenvuelve en las redes digitales, sin dejar de lado la vieja radio desde Miami, y renueva y refuerza su objetivo de provocar protestas populares.
Cuba resiste y merece el reconocimiento internacional. Como dijo nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, el pueblo cubano, por su resistencia, debe ser declarado patrimonio de la humanidad.