Frente a los seis grandes triunfos populares de Nuestra América, iniciados en 2018 con el de Andrés Manuel López Obrador en México (Bolivia, Honduras, Perú, Colombia, Argentina Chile) y los avances y transformaciones en Cuba y Venezuela, las oligarquías locales, el imperialismo estadounidense y el de la Unión Europea no cesaron su ofensiva que adquirió nuevas modalidades que se engloban en lo que conocemos como la guerra híbrida.
Esta guerra híbrida tiene múltiples tentáculos que van de lo que se denomina golpes blandos a una guerra judicial permanente con amparos tras amparos y una múltiple ofensiva mediática en los medios tradicionales de comunicación y en las redes sociales. También incluye el acoso financiero internacional, ya sea en la calificación negativa de la deuda y de las finanzas públicas que elevan el costo de la deuda o incluso niegan el acceso al mercado financiero internacional o, en casos extremos, como el de Venezuela, confiscan, ilegalmente, los recursos nacionales en el extranjero. Recordemos la retención de los recursos de la exportación de Pemex durante la crisis de 1995.
Guerra híbrida que no excluye el empleo de medios criminales, como fue el caso del intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner, en los intentos de asesinato a la vicepresidenta de Colombia, y la destitución de Pedro Castillo, presidente de Perú, con la represión brutal contra su pueblo que ha provocado el asesinato de cerca de 50 personas, las heridas de centenares, la prisión también de centenares de manifestantes que exigen la destitución de la presidenta usurpadora, la liberación de Castillo y la convocatoria a una asamblea constituyente. Y en estos primeros días de diciembre, la ofensiva de centenares de personas que asaltaron, al estilo neofascista trumpista, las sedes de los tres poderes del gobierno brasileño, clamando a los militares, en un intento de golpe de Estado contra Lula, que inició su gobierno el primero de enero de este año.
Nuestra América está envuelta en las actuales crisis entreveradas del capitalismo, exacerbadas por la recesión provocada por la pandemia con su dramática secuela de decenas de miles de muertes, que ha llevado, según la CEPAL a más de un quinquenio perdido. Brasil registró el mayor número de fallecimientos. A principios de septiembre del año pasado se habían registrado 684 425 muertos por COVID.
Como bien señaló Lula en su discurso de toma de posesión: “Nuestro desafío común es la creación de un país justo, inclusivo, sustentable, creativo, democrático y soberano para todos los brasileños y brasileñas.”
