Regocijo, esperanza y reclamo

Un gran alborozo trajo el 1 de diciembre en diversos sectores del país. No sólo en los dos actos importantes que presidió Andrés Manuel López Obrador: en la Cámara de Diputados, al recibir la banda presidencial, y en el zócalo capitalino, al ser parte del ritual de los pueblos originarios, quienes le concedieron el bastón de mando.

En su trayecto a San Lázaro, un joven en bicicleta que alcanzo a su automóvil le gritó: “No nos vayas a fallar”, algo que nos recuerda la tragedia de Vicente Fox ante el Ángel de la Independencia que aseguró cumpliría sus promesas y desbarrancó en todo; ahora López Obrador repitió que sería un error garrafal de su parte no realizar las metas trazadas que hizo, aunque apeló para llevar a cabo su hazaña a la ayuda de los ciudadanos, algo necesario, indispensable.

En un restaurante de clase media, cuando se anunció que Andrés Manuel sería investido como mandatario nacional, todo mundo quedó mudo y expectante: el sonido del silencio frente a un hombre que ha sufrido múltiples denigraciones, lo que le ha traído el respeto por luchar a favor de los ideales universales: justicia, democracia, libertad.

En una Plaza de la Constitución abarrotada horas antes de un discurso largo, largo, que plantea 100 objetivos, una buena cantidad emigró a lugares cercanos donde había tele para ver y escuchar lo que era imposible en vivo. Cuando alguien cambio de canal hacía un juego de la liguilla, la raza ya con varias chelas en el pecho, gritó, exigió que no se cambiara la señal y enarboló los coros “Presidente, presidente” y “Es un honor estar con Obrador”, lo cual llevó a que regresaran al acto del nuevo mandatario.

Hizo bien López Obrador en agradecer a Peña Nieto que no se inmiscuyera en la elección; mejor aún en iniciar su discurso planteando el saqueo de los neoliberales al país y las ruinas en que recibe muchos sectores nacionales, amén de los latrocinios habidos.

Tuvo mucho sentido en responderles a los panistas, quienes desean que los precios de la gasolina bajen ya, al recordarles que ellos empezaron las privatizaciones del petróleo y el saqueo a Pemex; hubiera sido mejor evocar que Felipe Calderón jamás construyó la refinería a que se comprometió.

De su discurso en el legislativo habrá que destacar la importancia de la honradez, el ataque a la corrupción, el abatir la inseguridad (hasta donde sea posible), la creación de empleos y el respeto a las libertades de expresión. Pero sobre todo recordar a Madero y la trascendencia de la no reelección.

Humildad, sí, ante los pueblos originarios, respeto a sus costumbres y apoyo en todos los órdenes a su lucha por sobrevivir, crecer, desarrollarse.

Festejo por la victoria de millones, deseos de cumplir ampliamente y de aceptar la supervisión ciudadana. Nueva época o Cuarta Transformación.

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