Nadie con un ápice de consciencia social podría olvidar cómo comenzó el sexenio de Enrique Peña Nieto, sobre todo, por dos imágenes icónicas que quedarán para la memoria nacional: los durísimos enfrentamientos entre manifestantes y autoridades en la capital del país, específicamente afuera de la Cámara de Diputados, y días después, la firma del Pacto por México, en la que las cúpulas partidistas decidieron destrozar la idea de contrapesos de poder e ideologías para demostrar ya sin tapujos que la mayoría de la clase política no son más que un escuadrón de mercenarios sin otras convicciones que las de sus intereses personales.

En los libros de historia siempre nos cuentan que fue así: indígenas, luego campesinos, peleando en las calles, en los pueblos, fusil en mano defendiendo lo poco que tenían y por otro lado las élites decidiendo el futuro, inscribiendo sus nombres en letras de oro en la narrativa nacional. Parecía que estaríamos encerrados en ese samsara historiográfico por siempre.

Luego entonces, si algo le tenemos que agradecer a la 4ta Transformación, como la llama el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, que es quien precisamente la encabeza, es que está cumpliendo con sus promesas, no de campaña, sino las que viene haciendo de hace doce años, además de haber roto la tradición de los pactos entre los clásicos políticos de nuestro país.

El tema que no se puede ignorar, y que viéndolo en perspectiva puede pasar a la historia como la lucha por la laicidad del Estado en la época de la Reforma, es la batalla entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial, toda vez que el primero busca la reducción de salarios del segundo.

Por fortuna, hoy el pueblo no sale a pelearse como en la Independencia y menos como en la Revolución; hoy la arena son las redes sociales en las que el proletariado de derecha defiende los privilegios de los jueces y magistrados ante un proletariado de izquierda que clama por la justicia de un país con un piso más parejo para todos: al final la discusión entre proletarios no nos llevará a nada.

Lo que sí es esperanzador, es que por fin el poder se pelea de verdad como hacía tiempo no se veía. Cuántas veces no se discutía una reforma en el Congreso, y luego del show mediático, los legisladores, del partido que fueran, se echaban su cafecito juntos, bromeaban, se iban a comer, sabiendo que lel juego de la política era así. Hoy el tiro se está poniendo serio, y eso, más allá de que estemos a favor o en contra de reducir los privilegios exorbitantes del Poder Judicial, debiera darnos gusto.

Se ha dicho que la propuesta del presidente pone en peligro la división de poderes y el Estado de derecho. Sin embargo, peor estaba el país cuando el único lenguaje de las autoridades federales era el dinero: con que a todos les llegara su moche, incluso al presidente que podía tener su casa blanca, la sociedad quedaba de lado, como mera espectadora de una dinámica política que le afectaba pero en la cual no tenía representantes.

Puede que el actual presidente no sea el antídoto milagroso para reformar un país con doscientos años de autoridades obnubiladas por el poder. Sin embargo, las confrontaciones entre las cúpulas son un excelente indicador de que en realidad la nueva administración está tratando de sacudir las bases de un pasado que a los mexicanos no nos ha dejado muchas cosas buenas, ¿o qué? ¿nos gusta que los funcionarios públicos sean millonarios en un país de pobres?        

Lo dijo el propio López Obrador, pero la primera vez que lo escuché fue de la voz de José Mujica, expresidente de Uruguay: “el que quiera hacer dinero que se vaya a la iniciativa privada, la función pública es para servir a la gente, no para enriquecerse”, palabras más, palabras menos. Y es cierto, fomentar que los  servidores públicos tengan salarios descomunales sólo promueve gente cuyo interés es el dinero, los lujos, un nivel de vida ajeno al de el grueso de la población.

Se suponía que los salarios exagerados en el Poder Judicial eran para blindar a Jueces y Magistrados de cualquier dejo de corrupción; empero, en últimos días que se ha calentado la discusión, han salido a la luz diversos casos en los que dichos funcionarios han incurrido en casos de nepotismo, sobornos e incluso en cuestiones más banales, pero no menos importantes, como la presunción pública de sus lujos y privilegios, como el caso del magistrado Adolfo Serrano, que no tiene empacho en gritarle al mundo que es un excéntrico sibarita.

En fin, ya veremos cómo termina esta batalla entre poderes, porque también en el Congreso hay pleitos, como el que se desató en el Senado por la expulsión de Juan Zepeda de la Comisión de Justicia. Sin embargo, insistimos: lo bello de este inicio de administración en el que ahora Morena y el presidente López Obrador llevan la batuta, es ver cómo se pelean entre ellos; ya hacía falta, mucha falta, que pararan las manifestaciones y represiones en las calles, como las que desató la Reforma Energética o la Reforma Educativa, y se destrozara la cúpula privilegiada en el poder.

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