Para Herbert Marcuse, uno de los más importantes filósofos de la llamada “Escuela de Frankfurt”, la libertad era para el hombre su esencia. La verdadera lucha de todo ser humano era evitar la alienación, es decir: vivir no para un fin impuesto y ajeno, sino para saciar aquellas aspiraciones que le son propias e inalienables. La libertad no como un ideal, sino como única justificación a la existencia misma.

Pero aquí nace una pregunta que todo sistema económico, acaso también filosófico, ha intentado responder: ¿cómo alcanzar la libertad si no se tiene los medios mínimos para sobrevivir? De aquí nace la importancia del trabajo y la independencia económica. Si no hay autonomía financiera, dirán muchos, es imposible vivir en libertad, si por libertad entendemos la capacidad del hombre de vivir su existencia como mejor le parezca sin dañar al prójimo.

El trabajo para muchas religiones redime; para otras es una carga. En ciertas ideologías sólo el trabajador está llamado a ser el nuevo hombre -o la nueva mujer- que habrá de regenerar a la civilización humana. Habrá quien considere que el único trabajo verdadero es el del obrero o el artesano, es decir: la transformación de la materia prima en una obra de manufactura humana. Otros dirán que el trabajo es digno en tanto sea menos físico y más intelectual. Pero todos coincidimos en que el trabajo, sea o no un derecho humano fundamental, es una necesidad humana ineludible.

La legislación laboral mexicana acaba de sufrir un nuevo salto evolutivo en tres ejes primordiales:

1.-Se reforman los órganos de impartición de justicia en dicha materia, para que ahora los tribunales que vean conflictos entre patrones y trabajadores estén adscritos al Poder Judicial y no como eran, entes administrativos sujetos al poder político, con la extraña función de conciliar y al mismo tiempo juzgar -donde el primer objetivo, muy necesario, era soslayado a favor de la labor jurisdiccional pura-; era un cambio necesario, incluso anhelado, que debería provocar una baja en la corrupción imperante en las viejas Juntas de Conciliación y Arbitraje así como mayor transparencia en sus sentencias y resoluciones.

2- La libertad, en su vertiente sindical, se abre, para que el trabajador pueda retomar la democracia gremial y, esperamos, que las dirigencias de los sindicatos puedan asimismo renovarse. El sindicalismo mexicano está enfermo de dos males: el charrismo, es decir, la estructura corporativista-fascista de control político que perpetúa a los líderes en detrimento de los derechos de los trabajadores; y la simulación de los “sindicatos blancos”, afines a los empresarios y a las centrales patronales, domesticados para no causar problemas, léase huelgas. Este cambio también es benéfico, o al menos deberíamos esperar que a mayor democracia sindical, más fortaleza del movimiento obrero y mayor presión de los trabajadores a sus dirigentes para que velen por sus intereses en las negociaciones colectivas, formándose de esta manera un interlocutor jurídico y político de peso en las discusiones públicas de nuestra República; sin obviar el hecho de que teníamos que ajustar la legislación nacional al convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo, mismo que propugna por garantizar el derecho a la libre sindicalización, así como a la autonomía y libertad gremial.

3.- El otro eje de la reforma, que abarca a los dos primeros, es nuestra relación comercial con Canadá y Estados Unidos de América. El nuevo tratado de libre comercio, o T-MEC, fue el elemento que agilizó esta reforma laboral. No podemos olvidar que una de las demandas fundamentales de nuestros socios comerciales era que se incrementaran los salarios en México, toda vez que en Ottawa y Washington se consideraba indispensable que nuestro país no se quedara con todos los trabajos maquiladores y aquellos que requirieran de un uso extensivo de mano de obra. Una de las asimetrías mexicanas, aducían canadienses y estadounidenses, es que en México no existe realmente libertad sindical, que sus centrales obreras están o bien alineadas al poder político o al poder patronal, y que eso explicaba la ausencia de huelgas nacionales o paros de actividades ante los bajos salarios, comparativamente hablando de México frente a nuestros vecinos de Norteamérica. Así que no es precisamente mérito del legislador mexicano el haber impulsado con brío esta reforma, sino una situación impuesta por el T-MEC. Si queremos seguir siendo parte de la zona de libre comercio de América del Norte, estábamos obligados como país a estas reformas laborales.

Quedaron en el tintero del legislador federal mexicano tres temas que inciden en la libertad laboral:

Primero: No se ha terminado de afinar la legislación secundaria que permitirá a los y las trabajadoras del hogar su afiliación a la seguridad social. A pesar de ya una jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia en ese sentido y de diversas iniciativas de ley, entre las que destaca la presentada por la diputada Fabiola Loya, quién asemeja esta situación de incertidumbre a un acto de violencia sistémico contra el trabajador/a que realiza labores domésticas, no hay todavía un esquema claro para su inclusión en el Instituto del Seguro Social.

Segundo: siguiendo con la misma iniciativa de ley presentada por la diputada Loya, tampoco se modifica el esquema conocido como “outsourcing” o tercerización de trabajadores a través de contratación por parte de empresas dedicadas a servir como “intermediarios” y minimizar una carga laboral al principal beneficiario de las actividades del trabajador/a. El outsourcing se utiliza ahora para todo tipo de labores, desde las realizadas por abogados, contadores o médicos hasta -precisamente el punto de la diputada Fabiola Loya- trabajadores del hogar. De hecho, si quisiéramos rastrear los orígenes de esta modalidad de tercerización de servicios laborales, el outsourcing surge en nuestro país para dar respuesta a los servicios de limpieza y recolección de basura de grandes corporativos, que luego se fue escalando para llegar incluso a los hogares mexicanos.

El outsourcing, en mi opinión, no es bueno ni malo; lo que es negativo es la informalidad en la que viven muchas empresas que se dedican a esta actividad, que asimismo se utilicen como esquemas de evasión fiscal o bien para evitar que los patrones asuman en su totalidad las cargas de seguridad social que les corresponden, cuando un trabajador/a tiene realmente una relación de trabajo con él y no con un tercero que sirve como parapeto o “empresa fantasma”. El abuso de la figura no debería distraernos del hecho de que el mercado laboral moderno requiere de esquemas de contratación ágiles, por tiempo o proyecto determinados, y que esa flexibilidad laboral no es una tendencia exclusiva de México: ocurre en todo el mundo.

Tercero: la presente reforma laboral no entiende precisamente el mercado laboral al que se enfrenta el mexicano/a. O lo entiende a medias. La precarización del trabajo humano provocada por la automatización de los medios de producción hace que las plazas sean escasas y que el trabajador/a de todos los niveles deba reentrenarse y aprender nuevas habilidades, que acaso le permitirán durante algunos años seguir disfrutando de esta paradoja de sacrificar libertad ocupacional para ganar libertad económica a través del trabajo remunerado. Pero lo cierto es que nos aproximamos a una época de la historia humana donde habrá menos puestos laborales para personas de carne y hueso, un momento en el cual seremos sustituidos por inteligencias artificiales, sistemas expertos y robots. Esto ya está ocurriendo y no sólo en Occidente. Desde el conductor de un tractocamión hasta un experto bursátil, todos estamos siendo lenta pero inexorablemente desplazados por nuestras creaciones, que no se cansan, no tienen necesidad -todavía- de sindicalizarse y tampoco requieren de mucha libertad ni física ni mental.

Un impuesto a la mano de obra robotizada y la instauración de una renta universal, para que los desplazados del mercado laboral puedan aprender nuevas tecnologías y volver a capacitarse no está lejano en el horizonte: ya Finlandia ha estudiado y puesto en marcha un programa piloto en ese sentido, y varios países del orbe están meditando sobre el tema. México debe abordarlo ya, pues no estamos ajenos a estos cambios tecnológicos globales. Falta ver en la legislación laboral este tema, el de la acelerada irrelevancia de la mano de obra humana en muchos procesos de manufactura. Vamos rumbo a un mundo donde las máquinas podrían darnos libertad. La pregunta es ¿qué haremos ahora con tanta libertad? Y ¿Este renacimiento del tiempo libre, estará al alcance de todos? ¿O sólo ocurrirá en los países más desarrollados del planeta?

Preguntas que la nueva reforma laboral mexicana deja sin respuestas. Por lo pronto.

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