Existen varias contradicciones teóricas en el proyecto neoliberal, pero quizás se visualizan de manera más clara en el discurso de quienes representan esta corriente, sobre todo en el caso mexicano. Unos cuantos días atrás se debatía la famosa lista de periodistas que recibieron millones de pesos del erario por concepto de publicidad. En este sentido, sorprende que algunos de los más conspicuos defensores del neoliberalismo consideraron legítimas las subvenciones del estado, apenas disfrazadas, a los medios que encabezaban o de los cuales formaban parte.

La construcción del Estado neoliberal busca en un sentido estricto, que el aparato de gobierno sea uno procedimental, en el que acaso se administre la justicia. En este sentido, cuesta trabajo justificar la entrada de recursos públicos a proyectos editoriales en donde se obtienen ganancias privadas. Esto atenta contra la idea que pregonaban en esos mismos espacios en torno a un mercado verdaderamente libre, en el que los ciudadanos (en este caso audiencias o lectores) premian o castigan con su elección a las publicaciones de su preferencia. Pero cuando se trata de negocios particulares, la doctrina sobra. A su parecer, ésta se debe aplicar sólo a programas sociales e instituciones que deben procurar el bienestar y a cualquier medida que busque corregir los graves desequilibrios existentes en México.

Pero eso es apenas el inicio. Si pasamos del terreno teórico a la acción política, también resulta asombroso cómo aquellos quienes desde los años 90’s desdeñaron conceptos como la soberanía, ahora resulten ser sus más arduos defensores. El pasado viernes 7 de junio, terminó por desactivarse la amenaza de la imposición del 5% de aranceles a los productos mexicanos que pudieron haber lastimado de manera seria la economía mexicana. Fue consecuencia de una eficaz negociación por parte de la cancillería mexicana y la estrategia adoptada por el Gobierno Federal; sin embargo sus detractores encontraron en ello una inaceptable capitulación.

Muchos de quienes expresan su indignación por la negociación llevada a cabo por el gobierno mexicano, celebraron el famoso “Comes y te vas” de Vicente Fox, episodio en el que él entonces Jefe de Estado mexicano, le pidió a su homólogo cubano abandonar la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el desarrollo, celebrada en Monterrey en 2002, con el fin de complacer al belicista George W. Bush. Tampoco alzaron la voz cuando durante la presidencia de Felipe Calderón, las agencias de seguridad estadounidense interfirieron, como nunca en la historia, en su fallida “guerra” contra el crimen organizado. Algunos de ellos incluso consideraron que el nombramiento de Luis Videgaray como canciller de Enrique Peña Nieto, era una medida “inteligente”, por su cercanía personal con Jared Kushner, yerno de Donald Trump.

Desde el salinismo, el discurso de los neoliberales fue que la única alternativa para el desarrollo de México era la unificación de su economía con la estadounidense, pero jamás previeron que el principal riesgo de ello podría provenir precisamente de un gobierno que juega al proteccionismo y guía sus acciones de gobierno buscando complacer a la base que lo eligió.

La coyuntura actual es compleja, pero la complejidad de las relaciones entre México y Estados Unidos viene desde mucho antes en la historia. Desde su independencia, México tuvo que lidiar con el expansionismo estadounidense, y una vez que el tema territorial pasó a segundo término, no han faltado momentos de extrema tensión, pero tampoco de acuerdos pragmáticos. El difícil balance entre salvaguardar la dignidad, mientras se busca una negociación funcional con el país más poderoso del mundo, es lo que ha marcado los mejores momentos de la diplomacia mexicana. Equilibrio que por cierto, estuvo casi ausente durante la mayoría de los gobiernos del periodo neoliberales.

Por eso no deja de sorprender que quienes mantuvieron la postura de que ante Estados Unidos había que ceder en todo, debido a que no existía otro camino posible, hoy prediquen que el orgullo nacional ha sido mancillado. En ello, vuelven a exhibir no sólo fuertes contradicciones en cuanto a su ideario, sino que la derrota los dejó en una deriva (conceptual y de posicionamiento político), en la que resulta muy difícil tomarlos en serio.

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