Textos y Contextos. La tarjeta y el crédito: los enemigos de las clases bajas

Mucha controversia ha causado la medida anunciada por el Servicio de Administración Tributaria (SAT) de que en 2020 la facturación inmediata de gastos con tarjeta de crédito, tendrá como objetivo que los consumidores no gasten más de lo que registran de ingresos. Más allá de cómo funcionará esta medida, la reflexión que debemos hacer es el porqué nuestro culto al consumo y sobre todo al crédito.

Aún recuerdo mis clases de primaria, cuando me enseñaron los modelos económicos de producción: comunismo primitivo, esclavismo, mercantilismo, y entre muchos otros se encontraba el feudalismo. No olvido que en este último modelo, el señor feudal tenía algo llamado “tienda de raya”, en la cual los trabajadores obtenían sus alimentos a precios alzados a fin de que siempre estuvieran en deuda con el hacendado.

Después, gracias a revoluciones ideológicas, políticas y sociales, la humanidad, se supone, transitó a sistemas económicos de mayor justicia; podríamos decir entonces, que como los seres racionales que somos, entendimos al capitalismo como la mejor opción y por eso la adoptamos: unos tienen los medios de producción y los otros, la mayoría, el proletariado, trabajan como asalariados para comprar lo que necesitan.

Pero luego vino la publicidad, la mercadotecnia, el Siglo XX y las marcas, el modelo de producción en serie o fordista, es decir, las necesidades creadas. Surgieron productos que la sociedad no requería pero la convencieron de que sí, y comenzó entonces esta era en la que las empresas son poderes supranacionales que marcan la agenda pública.

Pongamos ahora el ejemplo mexicano. Apenas en estos tiempos de la Cuarta Transformación, el salario mínimo aumentó ya en un 35 por ciento, cifra muy mínima aún relacionada con el 80 por ciento que se ha perdido el poder adquisitivo, según la Universidad Nacional Autónoma de México.

Luego entonces, la economía neoliberal funciona así: hay poco dinero en las clases bajas; los insumos básicos, como el alimento y vestido ya de por sí son caros, y luego se le suman las necesidades creadas que son aún más caras: las marcas, los dispositivos electrónicos, lugares caros para comer, automóviles del año…

Como la gente del Siglo XXI es tan propensa a la publicidad, no es posible controlar los impulsos a estas necesidades creadas y es donde entra el instrumento macabro del crédito: un banco te presta el dinero para que tengas cosas que cuestan el dinero que no tienes, y lo hará cobrando un interés de, más o menos, 60 por ciento. Es decir, trabajamos para pagar deudas, no para pagar lo que en realidad compramos… ¿Suena un poco a la tienda de raya, no?

La figura del crédito es funcional siempre y cuando sea una palanca para el desarrollo, es decir, para inversión en el emprendimiento. De otra forma, el crédito sólo es un grillete de deuda para el que se habrá de trabajar, y el trabajo significa tiempo: todo lo que pagamos no lo hacemos con dinero, sino con la vida que invertimos en ganarlo.

Más allá de cómo funcionará la medida de las facturas inmediatas, urge en la sociedad del Siglo XXI mucha educación económica y financiera, para entender conceptos con los que los bancos y las grandes empresas engañan a la sociedad, prometiendo niveles de vida de fantasía.

Algunas instituciones, como Banco Azteca, ya han interpuesto recursos legales contra la facturación inmediata: pues claro, lucran con los sueños de la gente que no tienen dinero para un refrigerador nuevo, para un auto, para una estufa, y en lugar de decirles: es mejor que sigas usando las cosas viejas y ahorres para después, los endeudan durante años en la esclavitud de nuestra era.

Por eso, cuando llaman a casa y me ofrecen una tarjeta de crédito, sin conocerme, sin saber cuánto dinero gano, sin tener idea de cómo haré para pagar la deuda, me preocupo mucho, me da miedo y cuelgo el teléfono: no sé si sería mejor vender el alma al diablo, o al Coppel.

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