La Guerra Fría: dos naciones disputándose el mundo. Un mapa azul y rojo: países comunistas, países socialistas, todos los territorios del planeta tomando un color dependiendo el avance soviético o norteamericano, como en un juego de mesa. Los rojos avanzan en Oriente, en África, en América Latina: los azules interceden para frenarlos.

De pronto, en 1959 un territorio minúsculo, casi insignificante en tamaño, pero trascendente por su ubicación geográfica complejiza el juego. Cuba, a unos cuantos kilómetros de los azules se vuelve rojo, y pese a intentos militares de EU por devolverlo a la “cordura”, fue uno de los países más resistentes ante el asedio capitalista.

Como una serie navideña barata, el rojo de los foquitos socialistas en el mundo se extinguía, pero pese al bloqueo económico y la propaganda imperialista, Cuba brillaba. El sociólogo brasileño Octavio Ianni, estudió cómo en América Latina, la cultura de la violencia y la militarización fueron claves para el triunfo de los Estados Unidos: “América para los Americanos”.

Sin embargo, hoy las estrategias han cambiado. El filósofo alemán Herbert Marcuse realizó cuantiosos estudios sobre la ideología de las sociedades industrializadas, como la norteamericana. Su obra más importante: “El hombre unidimensional”, reconocida como uno de los textos más subversivos del Siglo XX, que marcó gran influencia en la nueva izquierda mundial.

En este trabajo, Marcuse expone como las sociedades dominantes buscan determinar el destino de los pueblos insertando la idea de la democracia, el pluripartidismo, y la cultura que ellos mismos proponen como una especie de libertad controlada. También se exponen planteamientos como el de la enajenación mediatizada a modo de control y supresión de la individualidad en el ser humano; la idea es: “nuestra sociedad y su modo de vida es lo mejor de todos los mundos”.

Pero llegó el Covid-19 y “el mejor de los mundos”, bajo la presidencia de Donald Trump, enfrentó de forma caótica la pandemia, en escenarios tan irreales como el apilamiento de cuerpos en Nueva York dentro de camiones frigoríficos en abril de 2020.

También en los Estados Unidos se generó una crisis pos electoral que llevó a la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021 por parte de manifestantes que se resistían a dejar paso libre para el gobierno de Joe Biden y sucesos por el que incluso murieron algunas personas.

Y por otro lado ahí está Cuba, socialista, pequeña, bloqueada, bajo la presidencia de un hombre que ya no se apellida Castro pero cuyo proyecto sigue ceñido a los ideales de la revolución: educación, cultura, salud. En la Isla, la pandemia tuvo menores repercusiones que en el resto del mundo e incluso trabajan con vacunas que, según el medio francés L’Humanité, es la esperanza de el sur de América; incluso, los turistas que lleguen a Cuba podrían ser inmunizados: la nación socialista regalando sus dosis a los extranjeros mientras la Unión Europea quiere poner trabas a la exportación de las farmacéuticas, priorizando a sus ciudadanos.

La vacuna contra el Covid-19, Soberana, o alguna otra de sus similares hechas en Cuba, podrían  ser el segundo gran movimiento de la Isla, después de que cientos de médicos caribeños han viajado a diversos países para apoyar en la lucha contra el coronavirus. Italia, México, Brasil son ejemplos de naciones donde dichos profesionales de la salud aportaron su conocimiento para salvar vidas.

Y ya que se habla de Brasil, país donde el presidente Jair Bolsonaro decidió echar a los médicos cubanos, en la zona amazónica que confluye con Venezuela, se recibieron dotaciones de oxígeno provenientes del gobierno de Nicolás Maduro, porque nadie estaba atendiendo a sus poblaciones indígenas. ¿Entonces por qué a esas naciones socialistas se les critica, se les castiga tanto?

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