La crisis política en Haití, una nación condenada a la desgracia

Aunque la palabra “imperio” suena anacrónica, vieja, casi que de cuentos de hadas, existe, y no sólo en el diccionario o en el pasado de la humanidad donde hace siglos tuvimos al Imperio Romano o al Imperio Austrohúngaro. El imperio existe en el actual Siglo XXI: rampante, orgulloso, cobrando víctimas e incluso vengando sus ínfimas derrotas de otros tiempos.

Hoy Haití, esa pequeña isla en el Caribe, vive una ola de violencia derivada de las protestas en contra de su presidente, Jovenel Moise, de quien la sociedad pide su dimisión desde el año pasado, cuando el gobierno se vio involucrado en actos de corrupción relacionados con el petróleo venezolano.

Aquel país tiene una medalla invaluable en la historia, y es que fue el primer territorio de América Latina y el Caribe en obtener su independencia de Francia, la cual fue firmada en 1804, pese a que ya se encontraba en el poder francés Napoleón Bonaparte, uno de los mejores estrategas militares de la historia; pero de sus grandes próceres de la patria, Toussaint Louverture y Jean Jacques Dessalines, nadie se acuerda, o mejor no se quieren acordar, ahora Haití es sólo, según el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, “un agujero de mierda”.

Entonces parece que ser el primero en independizarse y poner el ejemplo de que la Ilustración y la Revolución Francesa podrían llegar a todo el mundo fue un error por el que se le sigue castigando. Hoy el imperio no sólo es político y Haití terminó siendo uno  del los países más pobres de Occidente. De 1915 a 1934, Estados Unidos mantuvo una ocupación militar en la isla con la intención de hacerla una sucursal de National City Bank, con la intención de que su banco central se convirtiera en parte de dicha empresa financiera. Al obtener negativas del gobierno, cien años de relativa igualdad se fueron abajo y la segregación racial volvió, la esclavitud volvió, el imperio volvió.

Años después, llegó al poder Francois Duvalier, quien junto con su hijo Jean-Claude Duvalier, mantuvieron una dictadura de 1957 a 1986, la cual se caracterizó por un régimen persecutorio contra los opositores, basado en la violencia, la tortura, la muerte. Para decir poco, uno de sus más importantes aliados fue Rafael Trujillo, el también dictador de la República Dominicana.

Es por eso tan importante mirar el día de hoy hacia Haití, porque su gobierno, otra vez, ha usado la fuerza contra los manifestantes: hasta ahora van nueve muertos, un montón de heridos, y la violencia sigue porque el Movimiento Democrático Nacional, grupo que organiza las revueltas, espera lograr la dimisión del presidente.

Haití parece sufrir una condena bíblica. Su economía presenta déficit: uno fiscal del 4 por ciento con referencia a su PIB y otro en la cuenta corriente de 2.9 por ciento. Las finanzas haitianas nada más no levantan y cuando la agricultura marcha o algo mejora, llegan eventos como el terremoto de 2010, el huracán Matthew de 2016 o llegan los cascos azules de la ONU, literalmente como desastre natural, para contaminar su agua con cólera y cometer abusos sexuales contra la población.

La corrupción y la crisis económica que ha producido alzas en las tarifas de electricidad, escases y aumento al precio de la gasolina, y claro, hambre, carencias, llevan de nuevo a la desgracia a esa pobre nación envuelta siempre por un halo de desdicha. Se insiste: parece que el propio sistema cobra una y otra vez su venganza por haber puesto el ejemplo de la independencia.

Y bueno, al final, ¿qué dicen esos países poderosos de América que, junto con otros más, gobiernan el enorme imperio llamado sistema mundo?: el gobierno de Estados Unidos recomendó a sus ciudadanos no viajar a la isla del Caribe; Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, se dijo preocupado pero lo que estudia es cómo sacar a más de cien de sus connacionales que se encuentran “atrapados” en medio del conflicto. Luego de leer esto, ya hay poco qué decir, el punto se entiende solo.

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