A veces la ficción da lecciones a la realidad; aunque la fantasía necesita anclarse en el día a día cotidiano para ser verosímil. Así que ambas, imaginación y vida tangible se interrelacionan constantemente.
Veamos por ejemplo el caso de la serie de aventuras de ciencia ficción conocida como “Viaje a las estrellas”, o “Star Trek”. Muchos fanáticos de dicha serie -que abarca la televisión y el cine en múltiples iteraciones- la analizan y orientan su vida en torno a las moralejas de sus guiones e historias. Tenemos por supuesto al lógico señor Spock, al valiente y mujeriego capitán Kirk, al sarcástico Dr. “Bones” McCoy y a la oficial Uhura, la primera mujer afroamericana en tener un papel relevante en un serial televisivo fuese o no de ciencia ficción, en Estados Unidos. Todos ellos personajes memorables que en sus filas han aceptado a otros, cada uno de los recién llegados al universo Star Trek con sus propias e imaginarias historias personales.
Viaje a las estrellas ha trascendido del mero entretenimiento hollywoodense porque desde sus orígenes televisivos en la década de los sesenta, ha planteado a la audiencia problemas éticos y morales. La serie transcurre en un hipotético futuro, donde la humanidad ha hecho alianzas con otras especies extraterrestres para explorar el cosmos. Claro, hay villanos: los bélicos Klingon, los misteriosos Romulanos, que amenazan a esta alianza de humanos y extraterrestres benignos llamada “Federación de planetas”. Sin olvidar que Star Trek es hija de la guerra fría (los Klingon originales tenían un dejo soviético, lo que los hacía perfectos antagonistas) también es heredera de las inquietudes de la época que la vio nacer. Los episodios de Viaje a las estrellas hablan de racismo, guerra, discriminación de género, uso de drogas, pacifismo y tolerancia. Creo que eso explica su permanencia en el imaginario de nuestra conciencia colectiva: habla de un futuro que es en realidad espejo de nuestro presente.
Uno de los temas recurrentes en la saga de Star Trek es un concepto que ha sido estudiado en las escuelas de administración de empresas y economía, tanto para explicar técnicas y teorías de negociación como para exponer dilemas éticos. Me refiero al incidente/caso práctico del “Kobayashi Maru”.
En la ficticia Federación de Planetas, existe una Academia para cadetes que quieren unirse a las naves espaciales que exploran la galaxia. En esta escuela se plantean casos prácticos y teóricos, como en cualquier colegio. Uno de ellos consiste en una misión de rescate, una simulación de una situación real: se trata de salvar a la tripulación de un navío espacial civil, un carguero llamado “Kobayashi Maru” que se ha quedado sin energía en una zona neutral, desmilitarizada, que hace frontera entre la Federación y sus acérrimos enemigos, los Klingon. Entrar a esa zona es o puede ser una declaración de guerra. Dejar al garete a los tripulantes del carguero es condenarlos a muertes horribles, asfixiados en el espacio profundo, y en directa violación a las normas de la Flota estelar de la Federación. A los aprendices de astronautas se les pide resolver el entuerto: ¿vale la pena arriesgarse a provocar una guerra con los Klingon por rescatar una sola nave civil que entró imprudentemente en una zona prohibida? ¿Desistir del rescate y dejarlos a su suerte? Y si el cuerpo de cadetes decide en la simulación efectuar el rescate ¿no será toda una trampa de los Klingon, que están agazapados ahí en la oscuridad estelar, listos para caer sobre la nave de la Federación y destruirla?
No hay respuesta correcta para el escenario “Kobayashi Maru”. Es, como dijo el Capitán Kirk, “una prueba de carácter”. Aunque el único que superó esta prueba fue el mismo Kirk, lo hizo haciendo trampa, reprogramando las computadoras para que la misión de rescate fuera factible. Pero incluso el travieso Kirk sabe que en la vida -real o imaginaria- hay momentos que nos definen. O enfrentamos las consecuencias de nuestros actos o huimos. O presentamos pelea o nos escapamos. A veces, para que nuestros ideales triunfen, debemos arrostrar nuestra derrota o destrucción. Es una decisión moral y ética difícil de soslayar.
Creo sinceramente que todos nosotros en nuestras existencias tenemos uno o varios momentos “Kobayashi Maru”. Que hay situaciones donde no hay respuesta sencilla o que no implique sacrificios. Sin prejuzgar sobre su culpabilidad -porque yo también creo, incluso ante el peor criminal, en la presunción de inocencia- Emilio Lozoya Austin está viviendo su “Kobayashi Maru”. Y ha decidido, por lo pronto, una estrategia de huida.
La carta que Lozoya Austin hizo pública tiene tres partes: primero, se duele de que su familia más cercana esté metida en el mismo brete que él, acusando “rudeza innecesaria” en los cateos, congelamiento de cuentas y órdenes de aprehensión que se han dado en contra de sus parientes más íntimos. Esto puede o no ser comprensible desde un plano estrictamente humano y de empatía; pero no podemos negar que la Fiscalía General de la República o la Unidad de Inteligencia Financiera tienen derecho a solicitar a los jueces de control este tipo de medidas. No es pues sólo el actuar de la Fiscalía o del Poder Ejecutivo lo que molesta a Lozoya Austin: es el actuar de jueces, autoridades administrativas y fiscales, es decir, del Estado mexicano, aquello que lo molesta.
La oportunidad para demostrar que esos actos de autoridad son realmente vejaciones es ante la autoridad judicial. Ahí viene la segunda parte de la carta en comento: Lozoya Austin decide no presentarse a declarar ante el juez de control constitucional, cayendo en desacato de lo ordenado en la suspensión del acto reclamado que le concediera un juez de amparo. Esto lo pone a un paso de ser prófugo de la justicia. ¿Estamos ante una retirada táctica o una huida ciega?
La tercera parte de la carta de Lozoya Austin apuntan a una retirada, es decir, a una estrategia de engaño mediático, política y jurídicamente afianzadas en una serie de buscapiés y petardos que pretenden atolondrar a sus perseguidores. Lozoya Austin y su equipo de asesores jurídicos saben que la mejor manera de obtener copia de la carpeta de investigación es que el acusado se presente personalmente a solicitarla. Saben también que el juez puede ordenar ahí mismo su detención al vincularlo a proceso. Saben, y eso es quizá lo que les quita el sueño, que pueden existir otras carpetas de investigación por la comisión de otros posibles delitos que se le imputen, contra los cuales la suspensión del juez de amparo no tendría efecto. Con todo esto, deciden esconder a su cliente y convertir -o tratar de convertir- en un espectáculo político todo un tema que en esencia es jurídico.
Así pues, conforme a esta tercera fase de su carta, Lozoya Austin y sus abogados anuncian que harán públicos ciertos documentos que demuestran “todos los hechos suscitados” en el periodo en el cual él era director de PEMEX, en los cuales aclarará la participación de “qué funcionarios del nivel que sean” intervinieron en lo que “hoy se investiga”.
Lozoya, aparentemente, para salvar su pellejo -político y jurídico- ha decidido torpedear a sus antiguos jefes y colegas. Es tanto como si la nave Enterprise decidiera disparar sus armas contra el carguero Kobayashi Maru, antes que rescatar a su tripulación.
Como dijo el capitán Kirk: esto es una prueba de carácter. Y al capitán James T. Kirk no le gustaban los escenarios donde “no se pudiera ganar”. Pero hay formas de ganar que en realidad nos hacen perder precisamente aquello que debería ser más importante: nuestra honra y dignidad. La prueba, al menos para Emilio Ricardo Lozoya Austin, apenas ha iniciado. Y ya quedó clara cuál será su respuesta a la misma.