La misiva del presidente López Obrador a la presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, misma que acompaña el Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2020 merece un análisis detallado en todos sus puntos; me conformo con ensayar un bosquejo de dicho análisis en torno de uno de los principios rectores que enuncia el presidente de México: democracia significa el poder del pueblo, y ética, libertad, confianza.

En particular me interesa el tema de la ética, a la luz de que la ONU reprueba la política migratoria de EUA y México, además de que el gobierno estadounidense presiona de nueva cuenta a nuestro país bajo la letanía de “necesitamos que hagan más”, como de manera harto insolente espetó el comisionado interino de Aduanas y Protección Fronteriza de EUA, Mark Morgan.

“Hacer más”, en el contexto de los flujos migratorios provenientes de Centroamérica, implica distintas cosas para los países involucrados en la tragedia de los migrantes centroamericanos. Estados Unidos -me refiero al gobierno encabezado por el señor Trump- le conviene prolongar la crisis migratoria para tener un chivo expiatorio el próximo año, ya que el calendario electoral para la reelección del incómodo y lenguaraz habitante de la Casa Blanca ha empezado a correr en su contra; pretenden con ese “hacer más” que México amplíe el uso de la Guardia Nacional y el enfoque del Protocolo de Protección de Migrantes, para que los solicitantes de asilo en EUA no alcance a llegar o sean regresados a México. Poco le importa al gobierno estadounidense si ello pone más presión sobre la seguridad pública y social mexicana, o si esto tiene efectos deletéreos en los mecanismos jurídicos de asilo y protección mexicanos. La amenaza arancelaria sigue pesando sobre México, y eso condiciona en buena medida la respuesta de nuestro gobierno.

Los países de Centroamérica, ante la desesperada situación económica que los aqueja, la nula capacidad de maniobra de sus autoridades para proteger a sus connacionales y la escalada de violencia que viven -institucional y de actores pertenecientes a bandas delincuenciales, no tienen realmente mucho que decir en todo esto. Desbordados por la migración de su población, sufriendo los estragos del cambio climático y con sistemas legales más disfuncionales que sus vecinos del norte, Centroamérica es una “casa desolada”, por usar el triste título de una novela de Charles Dickens.

Si América Central es una heredad sin muros, un páramo, es en buena medida por las desafortunadas, incluso criminales, medidas impuestas por Washington desde el siglo pasado. Un legado de golpes de estado, incursiones militares encubiertas, expolio y abandono es el resultado de que los países centroamericanos no tengan las columnas vertebrales que les permitirían “ponerse de pie” y defender sus intereses. Pero también recordemos que muchas de esas naciones eran parte de México. Hay algo de responsabilidad compartida pues en nuestro país, al menos históricamente, que nos hace asimismo si no albaceas sí corresponsables de buscar una solución al problema llamado Centroamérica.

El canciller Marcelo Ebrard debe porfiar en un camino de dignidad, porque en este caso la ética implica evitar la sumisión ante el poderoso vecino del Potomac. México no puede ni debe aceptar ser tercer país seguro, dudoso título que en estas circunstancias nos convertiría de hecho y de derecho en carceleros y represores de nuestros hermanos de América Central.

A pesar de que México, empeñando recursos que son necesarios en otras latitudes de nuestro país, logró moderar y reducir los flujos migratorios en un 56% entre junio y agosto de 2019, para EUA es poco o nada. “Debemos hacer más”. Guatemala, en peor posición que la nuestra, no tuvo más opción que “aceptar lo inaceptable” y cedió a la prepotencia estadounidense, firmando en efecto un acuerdo que la convierte en tercer país seguro. Un paso similar, motivado por la falta de opciones y la incuria, está estudiando Honduras, según ha trascendido (los periódicos El Economista, de México, y La Prensa, de Tegucigalpa, así lo anuncian hoy).

Las naciones deben tener ética, es decir, un deber ser que influya y marque su actuar más allá del mero texto legal o constitucional. Los gobernantes no actúan en un desierto moral y ético, como lo pretendiera Maquiavelo, sino en un jardín de responsabilidad y normas, escritas y no escritas, porque su actuar representa no sólo el sentir de sus colectividades, sino sus aspiraciones humanistas, aquellas que nos elevan por encima de la podredumbre del odio y la inquina.

La opción mexicana, ante este “hacer más”, es la opción ética: se llama Plan de Desarrollo Integral y fue presentado desde el 20 de mayo ante los gobiernos tanto de América Central como de EUA, contando para ello con el espaldarazo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Reitero lo que dijo el presidente López Obrador en aquella presentación: “toca el momento de convencer a Estados Unidos para hacer realidad este proyecto”. Parecería extraño que México deba invertir en, por ejemplo, una planta eléctrica en Puerto Cortés, Honduras; o en extender la red carretera y ferroviaria que nos une con Centroamérica, posiblemente conectando el Tren Maya con algún ramal que se interne en territorio beliceño y/o guatemalteco. Pero no deberíamos verlo como un despropósito. ¿Fue acaso un disparate que EUA invirtiera su capital financiero y humano durante la posguerra en Europa Occidental, asegurándose en buena medida no sólo la prosperidad de esa zona clave para la estabilidad mundial, sino el periodo más prolongado de paz centroeuropea que se tenga noticia desde la lejana Paz de Westfalia (siglo XVII)? No lo fue, sin duda. ¿Por qué entonces no tomar la decisión ética de articular como políticas públicas para el desarrollo regional una fuerte inversión en un gran proyecto Mesoamericano? ¿No es acaso tiempo de que Estados Unidos de América reconozca su deuda histórica con América Central y opte por “hacer más” al lado de México, en lugar de exigir cuentas cual usurero de un relato de la Inglaterra de Dickens?

Este es el “hacer más” que me interesa: la democracia en efecto no es más que la ética del quehacer público en aras del bienestar común. Y dejemos de pensar que es utópico pretender el bienestar de nuestros congéneres. El siglo XX nos debería haber enseñado que “hacer más” por nuestro hermano, sin importar bajo qué bandera viva, siempre será una inversión en nuestro bienestar. Esa es la ética de este nuevo gobierno mexicano, que enfrenta el vendaval de marrullería diplomática que viene de Washington. No es hora de doblarse ante ese viento de tormenta, sino de resistir.

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