Textos y Contextos 2019, el año de los pueblos originarios

“En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que decían obedecer a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo, y que ese dios había inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que moja”, escribió el periodista uruguayo, Eduardo Galeano en su libro, “Los hijos de los días”.

Hace más de 500 años, los nativos de ese territorio, que antes no era América, miraron asombrados la llegada de cerros navegantes y hombres barbados, con ropas metálicas, montando bestias cuadrúpedas que ellos jamás habían visto. ¿Imaginas eso, mirar de frente a un ser vivo totalmente distinto a lo que conoces? En nuestros días, eso sólo se asemejaría a la llegada de seres extraterrestres.

Muchas veces las personas de las ciudades, esos que votan por sus gobernantes y caminan por las plazas comerciales con un café en la mano, mirando los aparadores, justifican que los indígenas viven en extrema pobreza porque existen ahí, replegados en los montes, lejos de los autos, la comida chatarra y los avances tecnológicos; pocos entienden que esas comunidades no nacieron ahí, sino que fueron obligadas a esconderse en los montes, por miedo al hombre blanco.

Durante la segunda mitad del Siglo XX, mucho después de que Colón, Cortés, Pánfilo de Narváez, Rodrigo de Triana y compañía pisaron esta pisoteada América, la otra América, la que se siente única, adiestró a muchos pobladores a lo largo del continente para asesinar indígenas, como en el caso guatemalteco, donde la masacre contra los pueblos originarios resultó una carnicería sin escrúpulos denunciada en gran medida por Rigoberta Menchú.

Tras la invasión occidental, a los “indígenas americanos” les dieron espejitos a cambio de su oro; hoy no son espejos, son despensas, caminos pavimentados, alumbrado público, sistemas de aguas o cualquier obra de infraestructura precaria que el sistema les ofrece como si les hiciera un favor.

Por eso, resulta esperanzador que los últimos meses de este 2019 fueron los pueblos originarios de América Latina quienes alzaron la voz en Ecuador, Chile y Bolivia. Al centro de la vorágine de grandes manifestaciones, estuvieron ellos, los indígenas que ya fueran mapuches, aymaras, quechuas nos recordaron que existen y son tan fuertes como ese monstruo llamado Neoliberalismo que los quiso destruir.

Los pueblos originarios son enemigos porque en países como Bolivia, donde hay un 64 por ciento de Indígenas, en tiempos de Evo Morales, cadenas de la talla de McDonald’s debieron cerrar sus sucursales porque la gente prefería su comida tradicional a las hamburguesas. Por eso al sistema sólo le funciona su ingenio, el cual grandes marcas copian para venderlo estampado en sus prendas, sin darles crédito alguno… Menos una ganancia. Quieren aniquilar al indígena porque no es consumidor aunque sea creador.

Por eso 2019 resulta el año de los pueblos originarios, porque muchos de ellos estuvieron borrados del mapa, de la opinión pública. En un mundo cada día más globalizado, nos vamos haciendo gente más homogénea, personas que vestimos las mismas marcas, comemos la misma comida, bebemos el mismo café. En un escenario así, debemos agradecer la hermosa pluralidad que nos regala el indigenismo.

 Es esperanzador que en México se haya recuperado la atención a estas comunidades que tan grande han hecho a nuestro país y que durante siglos, permanecieron como objetos de museo para ser disfrutados por el citadino, por el extranjero. Esperemos 2020 siga con esa inercia y nos demuestre que los pueblos originarios de América Latina no son aquellos a los que les tocó perder para siempre.

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