A las puertas de un nuevo invierno sin contar con un abasto asegurado de gas con precios inaccesibles para la mayoría de las familias trabajadoras, con una inflación creciente y frente a una reforma que incrementa la edad para la jubilación, el rechazo popular a las políticas impuestas por el gobierno en Francia lleva a una gran movilización de los trabajadores, a huelgas parciales en el transporte y en algunas refinerías y amenaza la convocatoria de una huelga general.
En estas críticas condiciones ha surgido en varios países europeos un peligroso neofacismo, de una extrema derecha xenéfoba, racista y hasta antifeminista, como en Estados Unidos con Trump. Ahí está Vox en España, el partido de Marine Le Pen y el de extrema derecha de Eric Zemmour en Francia; crecen en Polonia, Hungría y hasta en Suecia; y, ahora, la recientemente elegida primera ministra italiana Georgia Meloni que admira a Mussolini, está contra la migración, contra el derecho de las mujeres al aborto y contra los homosexuales y lesbianas (el movimiento LGTBI). Y al rato, seguramente, contra la educación pública.
Hace dos años, el 31 de enero de 2020 cuando el Reino Unido dejó de pertenecer a la Unión Europea (UE), el famoso Brexit, el proyecto de la Unión Europea que se creó en 1993, se tambaleó. El curso de las crisis entreveradas se convulsionó a partir de la invasión de Rusia Ucrania y las medidas de la UE contra Rusia le resultaron, como hemos dicho, un tiro por la culata, ya que Rusia era su principal abastecedor de gas.
Y en esas crisis entreveradas crece la dimensión política. Hoy se registra la crisis inglesa con la renuncia de su primera ministra, Liz Truss, recién elegida, no duró ni cincuenta días, y no atinó en las medidas contra la inflación ni en su política que pretendía bajar impuestos a las grandes fortunas.
Y los nubarrones de una recesión mundial se asoman.
