Instagram es una red social enfocada sobre todo a compartir imágenes. Muchas veces el texto que las acompaña es ignorado, lo que no sucede en Facebook y menos en Twitter, donde lo importante es sintetizar la información en unos cuántos caracteres; sin embargo, qué mejor síntesis que una fotografía. A veces la narrativa se limita a ser muy visual y ya, listo.

En ese universo de colores y encuadres, de pronto salta una escena repleta de piel: piernas, senos, glúteos, finas lencerías femeninas que atestan algunos perfiles de mujeres que decidieron mostrarse al mundo y así ganar una tremenda popularidad. ¿Qué hay detrás de una persona que dice: “heme aquí, éste es mi cuerpo y está desnudo”?

Primero estamos con Astrid, Lucía y Gema, tres chicas de entre 20 y 25 años que se asumen como modelos. Sus perfiles están repletos de fotografías de su cuerpo semidesnudo en diversas poses sugestivas. Tienen montones de seguidores. Una de ellas casi llega a los cien mil.

Astrid es oriunda de Sonora. Llegó a la Ciudad de México y un sujeto que salía con ella la convenció de hacer su primer sesión. Pese a ser estudiante de Ingeniería Química, se apasionó por el modelaje y por publicar sus fotografías en redes. Al volver a su lugar de origen ella misma se sintió aludida como “la puta del pueblo”, a lo cual le restó importancia. “No tengo Facebook porque la gente me encontraba y me empezaban a criticar, me decía que ya andaba enseñando las chichis pero pues ellos para qué las ven; al principio fue difícil pero ahora ya hasta me dicen que qué chidas las fotos”.

Pese a que intenta mantener oculta esa parte de su vida para no dar pie a comentarios en su escuela, todos sabemos que las redes no tienen control de las publicaciones, por lo que algunos compañeros se han percatado de esa sensual vida que no logra mantener en secreto.

Lucía es más tierna, su carita cachetona contrasta con los coloridos tatuajes que Astrid tiene en su pierna. Ella comenzó a fotografiarse en lencería porque fue una forma de aceptarse a sí misma: “Hoy me di cuenta de que todo lo que tengo de defectos me hace diferente a los demás”, dice mientras las tres se maquillan, se peinan, se preparan para una sesión que comenzará en unos minutos.

“En mis primeras fotos no quería ni mostrar mi cara, pero empecé a sentirme bien y mi perspectiva de mi misma cambió un buen, ahorita tengo mucha seguridad y estoy contenta con lo que hago; de repente me llegan mensajitos donde me dicen que inspiro a chavas que se sienten súper bien consigo mismas. Hubo una chava que me mandó un mensaje y me dijo: ‘Yo quisiera hacer fotos como las tuyas pero estoy en silla de ruedas’, y yo decía, ‘la actitud es lo que cuenta, sentirte sexy está en la mente y eres lo que proyectas, así de fácil’, entonces si tú te levantas todos los días en la mañana y te dices que estás súper guapa, eso vas a proyectar durante el día”.

Y es que es cierto, lo enigmático de estas tres mujeres es la transformación del personaje dentro y fuera de Instagram. En la pantalla del celular lucen tremendas, impactantes, sensuales, imponentes; fuera de ella, alrededor de una mesa con galletas y tazas de café, son chicas comunes que aprovecharon la era de la autocomunicación de masas que acuñó Manuel Castells para apoderarse del modelaje, rompiendo con los cánones convencionales de la disciplina.

 

Gema y Astrid

Entre ellas también está Gema: delgada, chaparrita, su cabello negrísimo contrasta con su piel blanca. Estudia Ciencias Forenses y cree que su imagen en las redes choca con la personalidad que debe proyectar; sin embargo, tener miles de seguidores fascinados con las fotografías de su cuerpo sin atavíos ha fortalecido su seguridad y amor propio. “Aunque a veces dices que no y te comparas con muchas personas, te da mucha seguridad verte en una foto y saber que te amas; yo vivía con muchísimos complejos de estar muy delgada, o tener muchas cicatrices, estrías, y verte así en fotos, radiante, proyectar sensualidad, te hace sentir bien”.

Las tres coinciden en algo: derrotar sus complejos y mostrarse ante el mundo fortaleció enormemente su autoestima; sin embargo, hay un contrapunto que es la cosificación de la mujer; la mayoría de sus seguidores son hombres cuyo objetivo al mirar sus fotografías en la red es satisfacer un deseo carnal más que enaltecer la femineidad y seguridad de las modelos. ¿Cómo afrontar esa paradoja?

“Antes recibía el clásico comentario de ‘ah, qué chidas nalgas’, pero lo que yo hago es interactuar mucho con las personas y te van conociendo, ahorita ya de cien mensajes uno a lo mejor es el vulgar, y los demás te empiezan a decir: ‘es que me inspiras, es que me pones contento’, y cuando leen los textitos que le pongo a las fotos se dan cuenta de que no sólo es una niña en chones, sino que es alguien que piensa y tiene algo que decir”, dice Lucía, quien por ahora viste unos shorts súper cortos, tenis y una playera azul cielo.

Astrid trata de que no la cosifiquen, “intento dar una imagen como de yo no te estoy pidiendo sexo, intento no sexualizar tanto; trato de que se fijen más en la forma de la foto; a mí me cuesta trabajo interactuar, yo no hablo tanto con las personas pero con las fotos quiero comunicar ideas”. Por su parte, la estrategia de Gema es no sólo mostrarse modelando: “Yo lo que hago es subir memes, los subes y la gente te empieza a ver como una persona normal”.

Las tres concuerdan en que, primordialmente, no quieren parecer inalcanzables. Siempre tratan de contestar sus mensajes e interactuar con su audiencia; no obstante, se han encontrado con que algunos de sus seguidores ya ubican incluso la zona en la que viven o trabajan: el precio de la nueva popularidad viral.

En Instagram existe la modalidad de hacer videos “en vivo”; ellas los realizan para interactuar con su audiencia, pero, ¿qué pasa con la soledad de un sujeto que puede estar cuatro horas mirando una pantalla sólo porque del otro lado está hablando la chica cuyas fotos en lencería son su entretenimiento?

“Yo a veces les digo que qué hacen ahí, que por qué están tanto tiempo. A veces los que me hablan yo les digo que se consigan una novia, que merecen ser felices”, dice Lucía. Gema complementa: “Es muy raro que la gente te ubique en la calle, que te hablen y pues ni modo, los saludas y ya”.

De pronto las tres ingresan a una recámara; nos quedamos en una sala de ambientes góticos y muebles antiguos. Comienzan a llegar algunos sujetos qu,e por el tipo de mochilas que cargan, se infiere son fotógrafos. Momentos después ellas salen de la habitación. Ya no son las tres chicas vestidas como de domingo en la mañana, ahora lucen distintas. Todas con medias de nylon negras que les llegan hasta los muslos. Negras también son las bragas y negro incluso es el sostén que cada una porta.

Ahí están, risa y risa, preparándose para la sesión. A cada una se le asigna un fotógrafo y ya va una a las escaleras, otra a una recámara, la restante en la sala. “Yo lo que busco es contar una historia, interactuar, que nos sintamos cómodos, pero sobre todo que la modelo se sienta cómoda”, dice Beto López, fotógrafo que le da gran importancia a cada uno de los encuadres que realiza.

Las revistas para caballeros, los anuncios publicitarios, incluso los certámenes de belleza nos han acostumbrado a un estándar de mujer perfecta: delgada, alta, con cierto tipo de rostro, piel diáfana como las piedras de río en Macondo. Según un estudio de la Cruz Roja de España, trastornos como la bulimia y la anorexia en las mujeres se desarrollan debido a factores socioculturales magnificados en los medios masivos en torno al culto de la delgadez y a los estereotipos de estética femenina.

Si en algo tienen razón las tres modelos es que una de sus luchas fue aceptarse tal cual y mostrar su cuerpo pese a no adaptarse a rajatabla en los cánones de la belleza occidental: Astrid es un tanto alta pero no cumpliría con la medida de un concurso de belleza. Gema y Lucía son bajitas, sus cuerpos están distribuidos en centímetros anárquicos que no pasarían la prueba de un comercial para alguna marca de lencería. Pese a ello, lucen bellas, seguras, risueñas, con una que otra imperfección que les surca la piel pero que al parecer a nadie le importa.

 

El Witch Studio

El ambiente huele a incienso, es tétrico: humo, velas, cráneos de plástico y brillantes lentejuelas. La razón es que la sesión es en Witch Studio, un proyecto de Yuyu y Diana Olalde, quienes, además de tener sus perfiles personales de Instagram donde muestran sus cuerpos en situaciones sugerentes, son una especie de cazatalentos para otras chicas que quieren explotar el modelaje en redes sociales. “La idea del estudio es que sea un espacio para que las niñas se sientan cómodas y se les enseñe cómo se puede desenvolver una mujer en una fotografía con una temática; porque por lo regular es una cosa de ‘ponte esta lencería, ponte ahí y déjate fotografiar’, entonces yo quiero ponerles un escenario y que se sientan bien”.

Desde los quince años Diana modela en revistas juveniles como Por ti y y siempre lo ha hecho en lencería. No tiene problemas ni complejos con su cuerpo: ella es delgada, de rostro afilado y su vestimenta asemeja la de una bruja, incluso trae un sombrero acorde al disfraz. Le fascina el negro y por eso su estudio es una especie de casa para sensuales hechiceras.

Para Yuyu, la apertura en las redes sociales ha empoderado a la mujer y ha logrado que deje de verse como el objeto sexual en la que la convirtió la publicidad: “Es muy raro que me manden mensajes morbosos, creo que las personas ya están entendiendo que nosotras tenemos derecho en hacer lo que queramos con nuestro cuerpo. El hecho de que yo suba una foto en lencería no significa que quiera una de tu miembro, porque la estoy subiendo en mis redes; no te la estoy mandando”.

“Esto creo que ha ayudado a revolucionar para demostrar que ya no estamos en los años veintes, donde la mujer se quedaba en la casa, estaba tapadita y no decía nada. Los roles empiezan a cambiar, ahora las mujeres salen a trabajar y los hombres se quedan en la casa, esto es parte de una transformación. La publicidad, por ejemplo, se ha limitado. Ya no puede salir una chava en bikini vendiendo una hamburguesa porque no tiene nada qué ver, pero en el caso de nosotras es una onda de respeto, de es mi decisión, mi cuerpo y porque yo quiero”.

Al respecto y en un contexto distinto al de la magia negra en el que se maneja la sesión en la que nos encontramos, entrevistamos a Nallely Cruz, miembro de la Asamblea Feminista de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa, a quien preguntamos si cree que este tipo de actividades en redes se tratan de una ola de empoderamiento a la mujer o si permanece el esquema de la cosificación.

“Bueno, no sé si se puede hablar de empoderamiento, ya que pienso que eso es algo personal. Es decir, si ella se siente cómoda con lo que hace y recibe a cambio lo justo por su trabajo creo que está bien. Ahora, hablando de Instagram, en donde hay muchísimas cuentas que suben fotos sin el consentimiento de muchas mujeres, mi  postura es el autocuidado. No estoy en contra de que no suban estas fotos. Celebro que se gusten a sí mismas y que lo disfruten”.

En cuanto al comparativo de los viejos estándares de belleza mediática y esta posibilidad de que todas y todos puedan exponerse como quieran en las redes, Nallely nos dice: “No creo que sea comparable con la publicidad o los medios masivos ya que en algunos debes hacer lo que el fotógrafo y/o director de comercial te pidan. Y al parecer esto es como más libre: ahí el privilegio, una puede decidir con quién trabajar o con quién no”.

Por otro lado, recurrimos también a Isabel Saro, sexóloga y catedrática de la Universidad Nacional Autónoma de México, autora del libro Transexualidad: una perspectiva transdisciplinaria (Ed. Alfil), para quien este tipo de modelaje no es precisamente un ejercicio de empoderamiento femenino: “a la edad que tienen se arriesgan mucho, pues pierden el control de la difusión de sus fotos”.

Además, añade: “creo que lo hacen con el afán de pertenecer, es una necesidad gregaria, ingenuamente careciendo de ideas propias y siguiendo siempre a los demás o a un grupo”. A su parecer, el hecho de mostrar sus fotografías atiende a la necesidad de no pasar inadvertidas en esta nueva era de redes sociales e hipermediaciones.

En donde sí podemos encontrar coincidencias entre las modelos e Isabel Saro, es en el hecho del amor propio: “muchas veces, aunque parezca lo contrario, esto atiende a una baja autoestima”. Sin embargo, como hemos visto, en la experiencia de Lucia, Astrid y Gema, su autoconcepto se fortaleció a partir de sentirse libres de mostrar sus cuerpos sin inhibiciones.

De pronto, después de tres horas de encuadres y diversas sensuales posiciones, las fotografías paran pero las chicas siguen así, en lencería. Andan por la casa de WitchStudio, beben agua, se comen una galleta. Ellas mismas y todos los presentes han olvidado, parece, que están en atuendos pensados por lo general para la intimidad. Incluso la propia Diana, a falta de una modelo, se despoja del vestido unos momentos, le hacen algunas fotos y se vuelve a vestir. Así viven ellas, sin tapujos.

Diana tiene una hija que tendrá unos diez años y la pequeña está orgullosa porque su mamá es modelo. A excepción de Gema, todas tienen novio y, a decir de las modelos, ellos no tienen ningún problema con la actividad que sus parejas desempeñan: “no sé por qué la gente piensa que te tienes que acostar con el fotógrafo. Si alguno te hace sentir incómoda, no vuelves a trabajar con él”. De hecho, tienen grupos en Facebook en los que denuncian a los fotógrafos que carecen de profesionalismo.

A Lucía su papá no le habla. El de Gema no sabe que miles de seguidores la miran diariamente en lencería; pese a ello, sabe que algún día se dará cuenta. Todas coinciden en que las mamás entienden mejor la situación: “a mi mamá luego le mando mis fotos y ya me dice cuáles están más bonitas”, comenta Astrid.

Cuando nació la televisión, algunos vaticinaron la muerte del cine y han pasado más de cien años de su existencia, la cual parece más fortalecida que nunca. Tampoco la radio murió, menos la prensa escrita y llegamos a la conclusión de que los medios no desaparecen, sólo se transforman y se adaptan. En este caso, el erotismo, las revistas para caballeros, el modelaje repleto de sensualidad simplemente se está mudando a nuevas plataformas.

Lo curioso es que la premonición de Andy Warhol y los 15 minutos que todos llegaríamos a tener de fama se cumple cada día con mayor facilidad debido a las redes sociales y a la liquidez de las mismas. Hoy, todo aquel con un dispositivo adecuado conectado a la red tiene la posibilidad de “publicar”, una palabra que antes no resultaba tan accesible. Así como en estos días tantos son fotógrafos, periodistas, escritores, estrellas de televisión (mutado a YouTube), estas chicas aprovechan su oportunidad para ser modelos y, aunque la posición al respecto puede ser divergente, habremos de aceptar que sin duda atiende a un fenómeno cultural de nuestra era.

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